capíтυlo 8

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Esas palabras, acompañadas de su dulce sonrisa me convencieron.

Sacó de su bolso una agenda y empezó a leer:

“8:00 am Desayuno

8:30 am Estiramiento

9:00 am Iremos a rehabilitación, ahí te diré que haremos.

11:00 am Tienes que hacerte unos estudios…”

Y así siguió, había estipulado el tiempo para comer, dormir, respirar. Tenía todo pensado.

Cuando desperté al otro día, Luz entró a la habitación con una bandeja con un desayuno doble, se sentó a mi lado y me hizo compañía desayudando conmigo. Fue un momento muy lindo, ella me hacía disfrutar los pequeños momentos. Luego de acabar, me dijo que me pondría en la silla. En ese momento creí que no podía, ella era muy pequeñita, pero en tres movimientos me había levantado y acomodado en la silla.

“Esa mujer es sorprendente”- eso era lo que cruzaba por mi mente en aquel instante.

Cuando llegamos Stella me estaba esperando, también estaba Lisandro, un fisioterapeuta que me ayudaría en la rehabilitación. Era un joven alto, con bastantes músculos de hecho, parecía que había estado tomando sol porque tenía ese bronceado caribeño envidiable. Sus ojos cafés, aunque él siempre decía que eran “café con leche”.  Durante todo el tiempo haciendo rehabilitación, ellos fueron una gran compañía, que me impulsaban a ser mejor y a superarme constantemente.

Aquel día hicimos algunos movimientos sentados, luego reflejos con una bola, parecía divertido y entretenido, pero no lo fue, había veces en que no podía cogerla y me desesperaba pensar en lo malo que estaba siendo en aquel momento.

Luego de un par de horas haciendo todos los ejercicios, el vértigo me había invadido, estaba mareado, me dolía el cuerpo. Había sido un cambio muy grande y tardaría bastante en acostumbrarme a la nueva realidad.

Sabía que todo iba a ser difícil, pero no sabía que tanto.

Me explicaron algunos ejercicios y rutinas de entrenamientos que haríamos más adelante y después Luz me llevó a mi habitación.

Cuando entramos mi mamá estaba ahí, me estaba esperando para ayudarme con el baño. Pero Luz quería que yo lo hiciera sólo, que ella me explicaría. Me negué. No porque no quería bañarme, ni porque no lo quería hacer yo, sino porque no quería que Luz me viera desnudo.

Tenía miedo, todavía no conocía mi propio cuerpo. No tenía el control de lo que pasaba abajo, me daba vergüenza pensar que era lo que podía hacer, o incluso lo que no.

Había estado sexualmente con chicas antes del accidente, pero eso no le quitaba el hecho de que no me gustaba que me vieran. No se movería, no serviría para nada.

Cuando le dije que no a Luz se quedó mirándome confundida. Mi mamá si había entendido mi “no", incluso posiblemente se estaba riendo, pero no la vi. La solución fue que me explicará, pero a los gritos desde el otro lado de la puerta. Me había ayudado a desvestirme, pero me tapé rápidamente mi miembro. Y ahí fue cuando entendió, me miró y luego empezó a reír disimuladamente. No me vi, pero podía sentir el calor subir por mis mejillas. Yo no soy tímido y en aquel momento debí haber estado de rojo de la vergüenza que sentí en aquel instante.

- ¡Vamos, ya! - un poco molesto.

Quería ocultarlo, pero era más que evidente.

A Luz le permitía muchas cosas, pero no era el momento, todavía no me había visto, no me conocía, y todavía no había aceptado el hecho de que no tendría más relaciones sexuales con sólo diecisiete años. Ella se tomó su tiempo para explicarme como sería la mejor forma de hacer todo, paso por paso, como cuando a tu hijo pequeñito le explicas para que por primera vez se bañe solo. Algo así era yo en aquella ocasión. Y como era de esperarse…

…Hice todo al revés.

En cuestión de segundos había desobedecido todas las órdenes de Luz. Apenas cerré la puerta tras mi ingreso al baño, intenté levantarme de la silla para poder llegar al espejo que estaba sobre el lavabo. No logre ver mucho, no tenía tanta fuerza para poder elevarme, sólo unos centímetros. Sin duda estaba alto, pero logré ver mi cabeza.

Técnicamente uno de los pasos más importantes, es la aceptación. Si pierdes un miembro, te queda una cicatriz muy fea en algún lugar visible, o si tienes que estar toda tu vida en una silla de ruedas, tienes que verte frente a un espejo. Pero nunca lo hice. Cuando fuimos a rehabilitación, intentaba no mirarme, en ese lugar había espejos por doquier pero ahora tenía curiosidad.

Curiosidad de quién era físicamente, porque sabía que psicológicamente ya no era el mismo.

Luz Donde viven las historias. Descúbrelo ahora