capíтυlo 5

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Durante las primeras semanas llegaba y empezaba con movilizar mis piernas y hacerme cambiar de posición. También me enseñaba como debía hacer mis cuidados. Recuerdo como quería que yo le dijera algo, así que siempre me hacía bromas, o cantaba alguna canción mientras hacíamos los ejercicios. Yo no la miraba, bueno eso creía ella, porque en realidad estaba atento a todo lo que decía o hacía.

La primera vez que hicimos esos ejercicios, estaba muy cansado, no entendía por qué si no había hecho nada, además de los dolores en algunos movimientos. Mi desesperación por no conocerme era cada vez peor.

Ella me explicó todo, se sentó en la cama y de a poco y con ejemplos lo fue haciendo. También me enseñó técnicas de respiración. Siguió con los ejercicios del brazo, ahí no me dolía, pero ella me preguntaba a cada movimiento si me tiraba. Lo hacía para que respondiera, para que le hablara, pero no caí a sus pies tan rápidamente.

Volvió a intentarlo los días siguientes, pero tampoco tuvo éxito.

Quería hablarle a ella, a mi madre, padre, preguntarles millones de cosas a los médicos, pero no podía. Intenté algunas noches hablar mientras estaba solo, pero mis palabras no salían, sentía que había perdido la voz, o simplemente tenía pánico de hacerlo.

Mis padres por lástima a todo lo que me había pasado nunca me retaron por consumir drogas, por escaparme o por cualquier cosa que hice para defraudados.

Creí que el día que volviera a hablar, ellos me regañarían, pero por más que lo anhelaba, tenía miedo de ese momento.

El día que Luz no fue para los ejercicios, me di cuenta lo importante que era para mí. Ella era la única que me había hecho sonreír desde entonces. Con sus bromas en cada ejercicio, o el tener una canción para cada movimiento, la volvía especial.

Sabía que lo tenía que hacer, y ella era la razón por la que intentaría salir adelante.

Llegó un día después, se paró al lado de la puerta y desde ahí me pidió perdón, me dijo que había estado preparando algo para mí. En realidad, no me había enojado con ella por no haber ido, al contrario, me había dado cuenta que era lo mejor que me estaba pasando en ese momento. Abrió la puerta y me trajo de “sorpresa" una silla de ruedas.

Mi silla de ruedas.

Me había quedado en shock, la verdad no sabía si llorar por tener que usarla, ponerme feliz por salir de la cama, o enojarme por el regalo. No supe como reaccionar, si hubiera visto mi cara, seguro era graciosa, una mezcla de emociones.

Luz me dijo que ya era tiempo que dejáramos la cama y empezáramos con los ejercicios en la parte de rehabilitación. Había pasado dos semanas desde que desperté, y los huesos estaban curados, ya eran tres meses en total para mejorarse, era hora de levantarse y comenzar a avanzar en la vida.

Entró un enfermero que junto a Luz me sentaron con cuidado en la cama. Ese fue el peor momento de toda la rehabilitación, y eso que todavía no había empezado.

Después de casi cuatro meses acostados, sentarse fue terrible, me dolió todo, estaba mareado, por mi mejilla empezaron a correr lágrimas. Luz me abrazó fuerte en ese momento, me dijo en el oído que todo iba a estar bien, que si no quería podíamos esperar un poco más para los ejercicios. Negué con la cabeza.

Él me colocó en la silla de ruedas, y me dijeron que hoy sólo íbamos a conocer, mañana si estaba mejor empezarían con los ejercicios.

Pero al otro día no empezaríamos con los ejercicios.

Luz Donde viven las historias. Descúbrelo ahora