Capítulo 11.- El último Suspiro

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2 Semanas Antes.

            —¡Vanessa! ¡No! —Maikel se alejaba de ella—. Dime que es una alucinación. Dime que no fuiste tan tonta como para venir.

            Estaban en medio de la carpa de la cruz roja, rodeados de camas sucias, llantos y muerte. El olor causado por las cubetas llenas de vómito, orine y excremento, era casi insoportable.

            Grandes gotas de sudor se deslizaban por todo el cuerpo de Maikel, vestía los pantalones caqui de siempre, su camiseta verde de la suerte, una bata de doctor, amarillenta y manchada, y en su rostro podía notarse toda la frustración y melancolía que llevaba por dentro. Había convivido demasiado tiempo con la muerte a su lado, pero solo hasta esas semanas supo que tal vez dejaría solo de ser una compañera lejana, que se llevaba a otros, para llevárselo a él.

            Ella estaba pulcra como siempre, parecía un ángel en medio de tanta desgracia. Sus cabellos estaban sujetos en una cola de caballo, usaba jeans y botas montañeras. Nada de todo lo que veía la asombraba, ya se esperaba lo peor.

            —Salgamos de aquí.

            Maikel se apuraba a sacarla de ese lugar en dónde solo encontraría la muerte. Iba a tomarla del brazo, pero vio sus guantes manchados, le hizo señas de que lo siguiera y ella obedeció. Afuera la situación no estaba mejor. Moscas rodeaban a aquellos pobres que no alcanzaban a entrar en las tiendas de campaña. El sol atroz chamuscaba sus pieles e irritaba sus ojos.

            Maikel suspirando se quitó los guantes para lavarse las manos con agua que salía de un tubo subterráneo.

            —Te irás ahora mismo —dijo pasivo, controlando su ira.

            —No me iré, no lo haré. —Ella no pensaba discutir, estaba feliz de estar ahí. Encontrarlo con vida había alegrado todo su ser.

            —¡No entiendes! —gritó, revirándose para tomarla de los brazos— ¡Morirás!

            —Tú también y aquí estás.

            —Vanessa no es lo mismo. Yo no tengo nada, no tengo familia, ni novia, esto es lo único que tengo, esta es mi familia.

            —¿No te has puesto a pensar que también sea la mía?

            —Tú tienes una familia que te ama. Tienes a Ian que es el amor de tu vida. Lo tienes todo para ser feliz, en más, tienes todo para dar felicidad, no lo desperdicies, no seas tonta. —Le gritaba a centímetros de su cara. Lo cierto es que la amaba, todo ese tiempo pensó en querer verla un segundo más, pero a la vez se alegraba de saber que estaba fuera de todo ese desastre. Ahora, sin embargo, ella estaba ahí, y solo sabía que debía enviarla a un lugar seguro, debía volver a Chicago.

            —¡Mi vida es aquí! —Él la soltó, pero fue ella quien tomó sus manos—. Siempre he sido feliz aquí. Cuando estoy en cualquier otro lugar siento un vacío que nadie puede llenar. Al principio puede ser que me sienta bien, porque lo siento como vacaciones, pero ya luego no encajo. —Estaba intentando que él la entendiera, pero él solo se negaba a verla a los ojos—. ¡Maikel! ¡Lo pensé! ¡Lo pensé mucho! Cuando estoy allá tengo a Ian, pero todo lo demás está mal, incluso la persona que soy. Me convierto en otra Vanessa, una que incluso ha perdido su luz, y prefiero morir aquí contigo, siendo la loca Vanessa, a morir allá de la depresión por haber abandonado a los míos. No puedo dejar a los que más amo.

            —La persona que más amas está allá.

            —No, no es así. Ian siempre será mi primer amor, la primera y tal vez única vez que me volví tan loca por alguien, pero ¿Por qué estar con él no es suficiente? Aun cuando era una completa loca, era feliz aquí contigo y con todos, pensaba en Ian, incluso lo acosaba, pero no me hacía infeliz tenerlo lejos, era la parte rara e ilógica de mi vida, ese alguien que le daba un toque extra a mí ya feliz vida. Pero desde hace un tiempo para acá supe que puedo renunciar a él y a la ciudad, pero no a esto, no a todo esto. Amo mi trabajo, y no ayudar desde lejos, amo estar aquí, pasar penurias, sustos, enfermedades y angustias, amo la vida que hace años unos chicos ricos me dieron para alejarme de ellos. Y tú Maikel —sonreía y lloraba al mismo tiempo—, tú eres mi mejor amigo.

Viviendo con tu VenenoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora