Capítulo 6

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Luca

Se alejo, dejándome en un silencio, pero no era de esos densos y fríos en los que siempre me encontraba, sino que era uno agradable en donde sólo cabía la felicidad y las emociones dormidas que ahora estaban saliendo a la Luz.

Debo admitir que me dolió cuando pise la patineta y caí de culo al suelo.

Pero el dolor desapreció cuando ella vino corriendo hacía mí con su cara de preocupación, con su cabello rojo alocado y despeinado, sus pestañas con rimen, sus labios delgados y sin labial, su nariz pequeña, sus mejillas sonrojadas y sus ojos color miel con un tono amarillento, verde y una pizca de azul.

Jamás había visto unos ojos que decían todo lo que la boca no se atrevía a expresar, jamás había visto unos iris como los de ella.

Tan perfectos, tan lindos y transparentes en donde me dejaba saber algunas cosas.

Cuando me dijo su nombre trate de no reírme porque se llamaba como la película de valiente, esa que veía con mi abuela cuando era pequeño.

Merida, Merida, Merida.

La chica hecha un remolino.

Así la veía, veía a una joven que tenía un desastre en su cabello, en su vestimenta y estoy seguro de que en su vida también.

La chica que tenía un caos con el que iba a todos lados sin preocuparse a quién se arrastraba en el camino.

Y debo confesar que yo fui uno de ellos, fui su siguiente víctima que arrastro al desastre que tenía y llevaba siempre a su lado.

Pero... me gustó que me sacara de mi zona de confort, que me dijera que no todo es como debe de ser y que hay casualidades que te cambian la vida. Que te cambian el corazón.

Era pequeña, pero no demasiado, supongo que era altura promedio, la mayoría de las chicas están de su estatura.

Pero yo la veía diminuta.

Cuando llegamos a mi casa observaba como su top blanco se le alzo cuando trato de alcanzar los vasos, permitiéndome ver unas manchas en su espalda que me dieron ganas de seguir esas pecas que tenía.

Cuando me sonrió fue como si mi miedo, mi incertidumbre y mis inseguridades desaparecieran en cuestión de segundos cuando se hizo una curva en su rostro.

¿Alguna vez se han enamorado de una sonrisa?

¿No?

De hecho, yo no sabía que se podía hacer eso hasta que ella llegó y me dijo que todo era posible con esa sonrisa preciosa que me regaló.

¿Alguna vez se han enamorado de una voz?

¿No?

Bueno, pues yo lo hice cuando Merida pronuncio mi nombre lentamente.

Esa chica era tan expresiva, tan llamativa, era como el sol que irradiaba luz cada vez que salía.

Yo me quede unos minutos más sentado pensando en su sonrisa, en sus gestos, su boca, ojos y todo lo que me permití detallar.

"Págamelo mañana invitándome a comer en la cafetería"

Había dicho cuando me negué a aceptar algo material de aquella chica.

¿Qué le diría?

¿Cómo iba a actuar?

Supongo que normal.

Ya que desde hace tiempo que deje de ser bueno socializando.

Pero cuando hable con la pelirroja fue como si fuéramos amigos desde hacía años.

Fue raro y extraordinario a la vez.

- Ay.- me saca de mis pensamientos Dina una vez que entra al lugar.

- Hola.- digo mientras con trabajos me pongo de pie.

- Ay, cariño, ya estás aquí.- suspira.

Lleva ropa cómoda, tenis deportivos y en sus brazos hay bolsas de comida.
Su cabello negro esta amarrado en una alta coleta y sus ojos se ven cansados.

- ¿Qué te pasó?- se percata de que no puedo caminar bien.

- Bueno.- sonrío.

- Esa sonrisita.- sonríe con picardía.- ¿Quién es?

- ¿Por qué intuyes que hay alguien?- me acerco.

- Porque jamás te había visto sonreír así.

- No es verdad.- una vez que llego trato de ayudarle con las cosas.

- Oh no, estas lastimado, mejor vete a sentar mientras me cuentas quién es.

- Bien.- pongo los ojos en blanco y me ayuda a llegar al comedor.

- Vamos, dime.- dice mientras se lava las manos en el fregadero.

- ¿Alguna vez has tenido de esos accidentes en la vida que te cambian por completo?

- No.

- Bueno, pues creo que acabo de tener uno.

- Ya dime.- grita frustrada mientras se ríe.

- Iba saliendo de la escuela, todo iba normal hasta que pise una patineta y me caí rompiéndome el tobillo, después se acerco una chica de cabello rojo como el fuego a ayudarme pidiéndome disculpas. Era tan linda, ella se disculpo varias veces y se ofreció a traerme a casa, hablamos un rato y me dijo que su nombre era Merida y que mañana comiéramos algo.

- ¿Cómo la película?- se sorprende.

- Así es.

- Así que ella es la que te tiene sonriendo así.- sube y baja las cejas.

- Sí.- acepto.

- ¿Le pediste su número?

- No, lo olvide.

- ¡Mañana debes de hacerlo!

- Bien bien.- me rio.

- Amo que se hayan encontrado así, pero te lastimaste.- se preocupa.

- No es nada.

- Cuando venga tu madre se preocupara.

- Ella jamás le importa lo que me pasa.- la felicidad que tenía desapreció y la soledad llegó de nuevo.

- Sabes que sí cariño, ella te ama.- se acerca a mí y me acaricia mi rostro.- Al igual que tu padre.

- Claro.- suelto un bufido.- Es por eso que se fue con otra mujer, ¿verdad?

La rabia comienza a surgir en mí.

- Luca...

- Quiero descansar.

- Bien, vamos a tu habitación.

Dina me ayuda a subir, al entrar veo mi cama a mi izquierda tendida, mi escritorio bien acomodado a mi derecha, mis discos y el resto de mis audífonos en su lugar.

Dina ha estado con nosotros desde que mi hermano y yo éramos bebés, ella es la que se encarga de la limpieza y todo.

Con trabajos me siento y veo los cascos que tengo, no quería que Merida me diera unos porque tengo demasiados.

Me dejó caer y contemplo el techo con estrellas pegadas en él, son de esas que por la noche brillan.

Mi padre me las coloco cuando tenía diez años, antes de que me enterara de que tenía a otra mujer y se fuera con ella y me dejara con la única persona que ahora me desprecia.

Quería quitarlas, quería deshacerme de ellas porque eran un recuerdo que me dolía.

Pero no podía, sentía que esas pequeñas calcomanías eran las únicas cosas que mi padre me dejó antes de marcharse de mi vida.

Dejo esos pensamientos a un lado y me concentro en unos ojos miel que se colaron en mis pensamientos.

Mañana la volveré a ver.

A la chica hecha un remolino.

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