Capítulo 13

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Merida

Por fin era fin de semana y ya no tendría que levantarme por al menos dos días temprano.

Algo es algo.

- Por Dios Merida, son la una de la tarde y apenas te vas despertando.- me regaña mi mamá mientras me acerco a la cocina.

- ¿Y qué tiene? Es fin de semana.- me froto los ojos.

- No puede ser.- niega con la cabeza mientras se ríe.- ¿Qué quieres de comer? Puedo hacerte algo rápido porque en diez minutos me voy.

- ¿A dónde?- frunzo el ceño.

- Solecito.- me mira.- He estado saliendo con alguien un par de veces, no te lo dije porque tenía miedo de que me dijeras algo o te enojaras, pero creo que ya es momento de que sepas.

Me quedo callada, con los ojos bien abiertos.

- ¿Estas enojada?- hace una mueca.

- No no, está bien, tarde o temprano tienes que seguir adelante y dejar atrás a papá, ¿no?- siento que mi corazón se rompe un poco.

- Lo siento, pero estoy segura de que a él no le hubiera gustado que este triste y sola, ¿lo entiendes no?

- Claro.- trato de sonreír.

- Quiero que sepas que jamás amare a alguien como lo hice con tu padre, él siempre estará en mi corazón.- sonríe.

- Lo sé mamá.- me abraza.

- Gracias.- susurra.- Ahora ayudarme a preparar algo para que comas.

- Sí.- nos separamos.

Juntas preparamos hotcakes, jugo de naranja y fruta picada.

Estar con mi madre es una de las cosas que más amo, y me alegra demasiado que intente ser feliz con alguien más, pero también me molesta un poco, sé que es estúpido y ridículo pero no me agrada mucho la idea de que haya dejado atrás a mi padre, ellos dos eran una pareja perfecta.

Se conocieron en Colorado por un accidente, mi mamá iba corriendo porque iba a llegar tarde a su primer día en la universidad.

Iba tan concentrada en llegar a tiempo que no se dio cuenta de que el semáforo estaba en verde y un carro alcanzo a golpearla un poco, que casualmente era el de mi padre.

Él se bajo preocupado y ella se levanto como si nada hubiera pasado, se vieron a los ojos y cada uno me dijo qué fue lo que vieron en ellos.

Mi madre dijo que los de él eran idénticos a los míos, la misma combinación de colores, la misma belleza y la alegría estaban reflejados en aquellos luceros.

Mi padre me dijo que los de ella eran alegres, una explosión de emociones, un desastre no solo en sus iris, sino también en su cabellera roja y en su vestimenta.

Y desde ese momento comenzaron a conocerse, él la llevo a su escuela y le pidió su número por si necesitaba que la llevaran algún día.

Los dos fueron alegres, su relación estaba llena de virtudes, de risas, de amor y de confianza.

Los dos se entregaron todo lo que pudieron hasta que uno de ellos ya no pudo más y se fue lejos de nosotras.

Y la idea de que alguien más allá llegado a la vida de mi madre me enoja, pero también sé que no por siempre tendrá que estar atada a un alma.

A veces soltar y seguir con tu vida es mejor que aferrarte a una ilusión que ya no existe.

- ¿Qué tal el chico Lucas?- pregunta mamá mientras comemos.

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