29 de diciembre

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Agoney mira el reloj, son las 11:22 de la mañana y está agotado. Desde que se ha levantado no ha parado quieto ni un momento, sale hacer deporte como cada mañana durante los siete días que lleva allí, para no perder la rutina que tiene en Barcelona y aprovecha esos entrenamientos para ir a correr por la playa. Necesitaba tanto volver a oler el mar, su mar. Y ahora que por fin tiene un respiro, lo hace sentado en su rincón, en el rincón de ellos. Porque cuando algo gusta, no se cambia. Cuando algo recuerda momentos agradables, siempre quieres volver a ellos. Porque estando lejos, es una forma de estar cerca de su chico, de Raoul.

Saca el teléfono del bolsillo de la chaqueta, y ve que tiene varios WhatsApp y dos llamadas perdidas de la misma persona.

—¿Tanto me echas de menos? — Pregunta en cuánto sabe que Raoul descolgó el teléfono.

—Más que yo, quizás mi polla — Raoul sabe que Agoney está cerrando los ojos y llevándose una mano a la cabeza como hace siempre que algo le da vergüenza, y no se equivoca. —Pero sí, mi amor, te echo de menos.

—¿Sabes dónde estoy? — Le pregunta mirando al horizonte.

—Si me haces esa pregunta es qué estás — hace una pequeña pausa —en tu rincón favorito.

—Sí, pero ahora me resulta raro estar aquí sin ti.

—Ese siempre será nuestro lugar de las confesiones.

—Sí — y Agoney no puede evitar reírse, porque recuerda ese día a la perfección. —¿Algo que confesar, mi amor?

—¿Quieres que confiese? — Escucha la respiración de su chico pero ni una palabra. —El día de nochebuena cuando me desperté, te necesité, no estabas en la cama. Me levanté muy cachondo y encima con muchas ganas de mear — lo nota reírse — intenté pensar en cosas frías y feas de verdad, pero...

—Pero te tuviste que tocar, no aguantaste. — Le corta Agoney.

—Eso no es lo peor, aunque sí, me corrí. Encima escuchaba tu voz en mi cabeza diciéndome que lo hiciera. – Raoul más que un suspiro deja ir una respiración larga con una sonrisa.

—¿Entonces?

—En el baño, cuando me estaba duchando tuve que volver a masturbarme. — Lo dice bajito. —Imágenes tuyas me venían a la cabeza de... nada da igual, déjalo. – Se ríe.

—Creo que el que va a necesitar el consolador, vas a ser tú y no yo.

—No, nada de consoladores. Yo quiero tu polla, tu carne dentro de mí.

—Raoul, vale ya. Estoy en un lugar público, cállate. — Le dice en tono serio. —Por favor.

—Pero tú dijiste...

—No pensaba que me fueras a contar algo así, amor. Estoy en pantalón de chándal, ¿sabes lo que significa eso?

—Que como te pongas un poco caliente, tienes mucho que esconder.

—Efectivamente, así que...

—Me callo. — Y aunque Agoney no lo ve, Raoul hace el gesto de cerrarse la boca y tirar la llave.

Agoney se levanta de la roca y vuelve al paseo de la playa con el teléfono aún en la oreja porque continúa hablando con Raoul. Le está contando una vez más cómo le fue el examen y que espera tener la nota pronto, porque no le apetece pasar unas navidades angustiado y sin novio.

—Oye guapo, ¡¡qué novio tienes!! — le contesta Agoney cuando le escucha decir eso.

—No quería decir eso.

—Pues lo has dicho — suena triste la voz del canario.

—Porque no te tranquilizas, te dejas de dramas, y me dejas explicarme.

—No estoy dramando.

—No, claro que no, mi amor. — Después de coger un poco de aire puro, porque Raoul está con Roma caminando por el monte. —Sé que tengo el novio más maravilloso del mundo a dos días de acabar el año, pero quería decir que no vas a estar aquí conmigo.

—Ya hemos hablado de eso, Raoul.

—Lo sé, y no te lo estoy echando en cara. Te lo prometo.

−¿Hablamos más tarde? − Pregunta Agoney −Voy a volver a haciendo un poco más de ejercicio mientras que voy para casa.

−Claro, amor. Te quiero

−Y yo, Raoul, te quiero mucho.

Los teléfonos cuelgan a la vez. Raoul lo guarda en los pantalones y le tira un palo a Roma para que corra tras él y así jugar un poco con ella, en cambio Agoney guarda el teléfono y se pone a correr un poquito más en dirección a su casa. 

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