6 enero 2022

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La mañana de Reyes Magos se despiertan entre besos y arrumacos sin profundizar más allá. Entre ruiditos de uno y de otro estirándose, acaban de despertarse y coger fuerzas para salir de la cama.

Cuando llegan al piso de abajo ven el árbol lleno de paquetes envueltos en papel de regalo, unos mejor envueltos que otros, pero todos colocados en su sitio. Se acercan hasta allí y como si fueran niños pequeños se ponen a mirar de quién es cada paquete.

-Prohibido tocar los regalos hasta que no desayunemos – Dice la madre de Raoul entrando de la terraza.

Raoul y Agoney están sentados frente al árbol y, en cuánto los ve Roma que va detrás de la madre, corre hasta dónde están ellos que se tiran al suelo, momento que la perra aprovecha para comerselos a besos, llenándolos de babas. El día de Reyes en casa de Vázquez son risas y alegría.

Están sentados a la mesa con miedo por empezar el roscón. Aunque alguna vez que otra le ha tocado a Raoul la faba y tener que pagar el de año siguiente, nunca lo ha hecho, pero esta vez con Agoney al lado parece todo diferente. Los cola-caos y los cafés enfrente de cada uno, y es el padre de Raoul quién parte su trozo. Lo coge, lo observa y no ve nada extraño por ahí, así que decide empezar a morderlo. El siguiente es Agoney, atrevido como él solo, sigue los pasos que vio hacer con anterioridad y lo mismo, tampoco se encuentra nada.

-Con la suerte que tengo, seguro que me toca a mí. – Dice Raoul cogiendo el cuchillo y partiendo un trozo de roscón.

-Vamos, mi niño, no seas dramático.

-Claro, como no vas a tener que comprarlo tú el año que viene.

-¿Voy a estar aquí el año que viene contigo? – Sonríe mientras habla.

-¿Ya estás pensando en librarte de mí, Agoney?

-Pensaba que estaríamos desayunando en nuestro piso. – Dice mordiendo un trozo de roscón.

-Cariño, creo que sobramos en esta conversación – habla el padre de Raoul dirigiéndose a la mujer.

-Ah, ¿estás diciendo que el año que viene el desayuno es en vuestro piso? – Pregunta la mujer.

Raoul no termina de asimilar lo que su chico le ha dicho, su mente pasa de que iba a dejarlo a que le está diciendo que quiere vivir con él.

-Ago, ¿es lo que pienso que es?

-No sé que piensas, mi niño - Coge una servilleta para limpiarle la boca. -Pero sí, quiero irme a vivir contigo.

Raoul se gira en ese mismo instante y estampa sus labios con los contarios, le da igual si ya se pasaron de besos según las reglas. Esto es un momento que requiere muchos besos y mucha cabeza también, pero primero lo importante.

Terminan el desayuno entre besos y comiendo más roscón sin importar a quién le ha tocado comprarlo el año que viene.

-Aquí pone mi nombre – dice la madre de Raoul.

-Sí, ese es para ti. – Contesta Agoney.

Cuando él llegó el día 4 a casa, ya había varios regalos debajo del árbol, así que cuando tuvo la oportunidad, bajo a colocar los suyos.

-Y aquí pone el mío – habla esta vez el padre.

-Sí, ese también es para ti.

Tanto la madre como el padre se disponen a abrir los regalos. El primero en desenvolver los regalos es el padre de Raoul, que mira ilusionado el paquete que tiene entre manos.

-Sé que no es nada del otro mundo, pero quería tener un detalle con vosotros. – Dice Agoney viéndolo como lee la parte de atrás de cada paquete.

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