CAPÍTULO 28

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JORGE

No sabemos lo importante que es el calor corporal de una persona, hasta que dejas de sentirlo a tu lado. 
Cinco años pasé añorando todo lo que Clara había dejado en mi. Besos, abrazos, caricias…

Cuando recuperas todo eso, lo vives de manera distinta, lo aprovechas más, lo sientes más, lo notas más, todo se masifica, haciendo que tu mundo gire en torno a esa persona.

Su cuerpo sentado detrás mío y sus brazos rodeando mi cintura, me transmite ese calor que necesitaba de nuevo en mi vida. Siento su mejilla apoyada en mi espalda y su respiración tranquila . A medida que nos acercamos a Madrid el tráfico se vuelve más concurrido, Clara se incorpora, quitando su cara de mi espalda. Pero lo reemplaza rápidamente al darme un beso en la mejilla cuando un semáforo cambia de color y paramos.

—No es bueno que me vayas robando besos mientras conduzco—mi voz burlona se escucha por encima del ruido de la gran ciudad.

—No creo que te moleste—dice imitando mi tono de voz—. Además, si quisiera robarte un beso, no lo hubiera hecho así.

—¿Y cómo lo hubieras hecho si se puede saber?.

Su mano hace contacto con mi mejilla, girando mi cara y antes de lo previsto, estampa sus labios en los míos. Lo primero que noto es que el beso, no es dulce como los anteriores que nos hemos dado, es hambriento y pasional. Tanto, que los conductores de otros vehículos empiezan a silbarnos y pitar con sus claxons. Una sonrisa se me escapa en medio de ese fogoso beso y cuando quiero profundizarlo, Clara se aleja, sentándose correctamente en la moto y pasando sus brazos por mi cintura de nuevo.

Arranco con una sonrisa justo cuando se pone en verde el semáforo. Y aceleró por Gran Vía, adentrándome por la calle Alcalá y rodeando la Cibeles, que está llena de aficionados vestidos de blanco vociferando: ¡HALA MADRID!.

Clara se une a ellos gritando, haciéndome reír. Acelero aún más, metiéndome por  varias calles poco concurridas. Aparco la moto y con un suave toque en el muslo de Clara la indico que baje.

—¿Dónde me has traído?—pregunta mirando la entrada del restaurante.

—A cenar. Esta cita incluye todo el pack, paseo en moto, un atardecer, una propuesta, que gracias a dios ha sido afirmativa y lo último que nos queda es una cena. Es uno de los mejores italianos de la ciudad.

La risa de Clara inunda la calle y varios tipos que fuman en la puerta del restaurante nos miran. Rápidamente la abrazo por la cintura, quedando yo  frente a ellos.

—Por cierto—digo en su oído—. Tendré que castigarte por ir robando besos a la gente, pelirroja.

—¿Y cómo piensas hacerlo?, ¿Tienes un cuarto rojo a lo Christian Grey?.

—No…pero, ¿has oído el dicho ojo por ojo, diente por diente?—ella niega con las mejillas totalmente rojas, y sé, que me está mintiendo—. Pues tendré que enseñarte lo que esa expresión quiere decir.

Sus brazos pasan por mi cuello rodeándolo y acercándose más a mí. Nuestras narices se rozan y nuestros alientos se entrelazan.

—¿Cómo?—dice casi en un susurro.

—Así.

La beso como ella ha hecho en el semáforo hace un rato, rodeando con mis brazos su cintura. Sus labios son adictivos, suaves, aterciopelados y muy, muy sensuales. No sé cuánto tiempo ha pasado hasta que unas risas nos hacen separarnos.

Entramos al restaurante dados de la mano, sonrientes y con los labios hinchados y rojos. Nada más entrar al lugar observó  una barra con estelas blancas y azul marino, creando figuras geométricas. Hay mesas y sillas de madera por todo el lugar y detrás de una cristalera que tenemos a mi derecha se encuentra el ala del restaurante reservado para cenas.

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