CAPÍTULO 33

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CLARA

No sé como  se me ha ocurrido la loca idea de volver andando a casa. Ha sido un palpito, necesito respirar, olvidarme de donde vengo, de lo que había pasado esta noche e intentar hacer desaparecer estos pensamientos mientras camino viendo el amanecer.

El asfalto está ligeramente mojado y pocas nubes quedan de la tormenta que nos había sorprendido esa noche. Me he quedado ayudando a Adrian con los padres y los papeles de defunción que había que firmar y no ha sido hasta hace una hora que he podido salir.

Adrian se ha ofrecido a llevarme a casa para que no cogiera mi coche, pero he descartado rotundamente la oferta con la excusa de que andando se me pasaría está tristeza.

Mentira. Ver los charcos y las últimas gotas de lluvia en los cristales de los comercios me recuerda todas las lágrimas de Carmen. Mi único consuelo es el amanecer que se empieza a extender entre los edificios.

Rojos, naranjas, amarillos, colores cálidos dejando a tras la oscura noche. Colores que me recuerdan a una de mis personas favoritas en este mundo. No he recibido ningún mensaje ni ninguna llamada por su parte en toda la noche. Y lo entiendo, le di plantón antes de la fiesta, pero era por una buena razón.

Está cabreado, seguro.

Y no, no me quiero justificar, pero él también debería de ponerse en mi piel. ¿Qué hubiera hecho él si lo hubieran llamado del trabajo por una urgencia?.

Sin darme cuenta mi destino ha cambiado y lo que en un principio era mi casa ahora es la suya. Tendremos que hablar en algún momento de lo que pasó ayer, ¿no?.

A mitad de camino encuentro una cafetería abierta con todo tipo de repostería recién hecha. Voy a pasar de largo pero el estómago me ruge y  me doy cuenta que no cené ayer.

Al entrar me recibe el olor a café y chocolate, cosa que me embriaga y hace que pida un café con leche, otro cortado y dos napolitanas. Sin duda será mejor hablar las cosas con el estómago lleno.

Me dan una bolsa de papel con las napolitanas y un portavasos de cartón que no es muy útil ya que por poco se me caen los cafés tres veces en el recorrido, pero cuando estoy enfrente del portal sé que ha valido la pena todos los malabares que he tenido que hacer.

Veo a su vecina en la ventana y le pido que me abra el portal. La mujer es una señora mayor que no tiene ningún problema con abrir, me conoce de vista, hemos coincidido varias veces.  Cuando llegó al piso de Jorge ella me está esperando en la puerta para verme, pero cierra la puerta después de sonreírme.

Una vez me encuentro enfrente de la puerta de su apartamento me agachó y saco del felpudo la llave de reserva que descubrí la tarde que Olimpia nos descubrió juntos.

Al abrir la puerta me  doy cuenta que el piso no está como la última vez que yo estuve, se ve apagado, sin la esencia de Jorge.

La ducha del cuarto de baño de su habitación está dada y suponiendo que Jorge se acababa de levantar me dirijo hacia allí.  Su cuarto está al final del pasillo, la puerta está entornada por un objeto  la impide cerrarse.

Me agacho para recogerlo pero antes de que mi mano lo toque me doy cuenta de lo que es.

Un sujetador rojo sangre se encuentra en el suelo. Un sujetador que no es mío y supongo que de su hermana tampoco.

La tripa se me revuelve y tengo que aguantar las ganas de vomitar. Tengo que asegurarme de lo que estoy viendo, tengo que cerciorarme de que no es una broma de mal gusto.

Y ojalá hubiera sido una broma, ojalá.

Pero al abrir la puerta sigo el rastro de prendas, el sujetador rojo,un vestido y al lado de él la camisa de Jorge y unos pantalones, por último un tanga de encaje negro a los pies de la cama.

No quiero creérmelo pero ahí está la evidencia, alguien tumbada en la cama entre las sábanas blancas. Los ojos no me dejan casi ver el resto de la habitación por las lágrimas.

Lo último que  veo es el tatuaje en su muñeca, la silueta de un ángel. No me hace
falta ver cómo es ella porque ya lo sé.  Debajo de esa sábana se encuentra una chica morena de pelo corto que hace cinco años me destruyó la vida y ahora lo ha vuelto  a hacer .

Zahira

Las fuerzas me fallan, los cafés se me resbalan de las manos y caen al suelo junto con la bolsa de napolitanas. El ruido ha hecho  que la ducha se apague y de ella salga Jorge con una toalla a la cintura mirándome sorprendido. Al final si le he conseguido dar una sorpresa.

Tiene el pelo mojado y la piel roja por el agua caliente, está guapísimo, como siempre.

—Clara, lo puedo explicar

Se intenta acercar pero con un gesto de mi cabeza y un "no" silencioso para en seco. Me doy la vuelta sabiendo que no me sigue y una vez cierro la puerta a mi espalda y montó en el ascensor me doy el gusto de gritar y llorar lo que quiero.

Por lo ilusa e ingenua que he sido.

Si no pudo ser una vez, ¿Por qué podría serlo una segunda?.

Volver a encontrarte [Volver #1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora