Capítulo 15

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Se había acordado que las dos jóvenes fuesen a Londres bajo la supervisión de Ralph, aunque a la señora Touchett el plan le agradaba bien poco. Era exactamente la clase de plan, dijo, que se le ocurriría sugerir a la señorita Stackpole, y preguntó si la corresponsal del Interviewer iba a llevar al grupo a alojar a su casa de huéspedes preferida.

—A mí me trae sin cuidado dónde nos lleve a alojarnos, con tal de que haya color local ofrecido Isabel—. Para eso es para lo que vamos a Londres.

—Supongo que cuando una joven ha rechazado a un lord inglés, puede hacer cualquier cosa —replicó su tía—. Después de eso, para qué va a andarse con chiquitas.

—¿Le habría gustado que me casase con lord Warburton? —Preguntó Isabel.

—Por supuesto que sí.

—Yo creía que usted detestaba a los ingleses.

—Y así es; razón de más para utilizarlos.

—¿Es esa su idea del matrimonio?

E Isabel se aventuró a añadir que no parecía que su tía utilizado mucho al señor Touchett.

—Tu tío no es un noble inglés oferta la señora Touchett—, aunque de haberlo sido, lo más probable es que me hubiera instalado igual en Florencia.

—¿Cree que lord Warburton me habría hecho mejor de lo que soy? - preguntó la joven con cierta exaltación—. No quiero decir que me considero demasiado buena para no poder mejorar. Lo que quiero decir es es que no amo a lord Warburton lo suficiente como para casarme con él.

—En ese caso, has hecho bien en rechazarlo excluir la señora Touchett con su de voz más suave y sobrio—. Solo espero que cuando te hagan la próxima propuesta importante, consigas estar a la altura.

—Será mejor que esperemos a que llegue esa propuesta antes de hablar de ella. Lo que de verdad espero es que no me hagan más ofertas por el momento. Me trastornan por completo.

—Lo más probable es que no te importunen con ellas si adoptas de forma permanente el modo de vida bohemio. Pero bueno, le he prometido a Ralph que no criticaría.

—Yo haré lo que él diga que es correcto. Tengo una confianza sin límites en Ralph.

—¡Su madre te está enormemente agradecida! —dijo la dama en cuestión con una risa seca.

—¡Y a mí me parece que tiene motivos para estarlo! —respondió Isabel sin reprimirse.

Ralph le había asegurado que no contravenía las normas de la decencia que fuesen los tres, en pequeño grupo, a visitar los monumentos de la metrópoli; pero su madre era de distinta opinión. Al igual que muchas damas de su país que llevaban largo tiempo viviendo en Europa, la señora Touchett había perdido su tacto original para tales cuestiones, y en su reacción, que no era en sí deplorable, en contra de la libertad que se permitía a los jóvenes al otro lado del océano, se había dejado arrastrar por escrúpulos gratuitos y exagerados. Ralph acompañó a sus visitantes a la ciudad y las instaló en un tranquilo hotel en una calle que hacía esquina con Piccadilly. En un principio había pensado en llevarlas a la casa que su padre tenía en Winchester Square, una mansión enorme y anodina que en esa época del año se halla envuelta en el silencio y en fundas de holanda; pero cayó en la cuenta de que al estar el cocinero en Gardencourt, no había nadie en la casa para prepararles las comidas, y, en consecuencia, el hotel Pratt se convirtió en su lugar de descanso. Ralph, por su parte, se instaló en Winchester Square, ya que contaba allí con una «guarida» a la que tenía mucho aprecio y estaba acostumbrado a miedos mucho mayores que una cocina apagada. Lo cierto es que se proponía utilizar en lo posible los servicios del hotel Pratt y empezó el día con una visita temprana a sus compañeras de viaje, a quienes el señor Pratt en persona, con un enorme chaleco blanco a punto de estallar, se encargaba de servir los platos del desayuno. Ralph se presentó, como él dijo, después de desayunar, y el pequeño grupo decidió el plan de actividades para el día. Como Londres luce en el mes de septiembre un semblante sin mácula a no ser por las huellas del tráfago anterior, el joven, que en ocasiones utilizó un tono de disculpa, se vio obligado a recordarle a su acompañante que no había un alma en la ciudad, despertando el sarcasmo de la señorita Stackpole.

El retrato de una dama - Henry JamesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora