Capítulo 48

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Un día, hacia finales de febrero, Ralph Touchett decidió volver a Inglaterra. Poseía sus propias razones para tomar tal decisión, que no tenía por qué explicar; pero Henrietta Stackpole, a quien comunicó sus intenciones, creyó adivinarlas. No obstante, se abstuvo de decirlo, tan solo comentó al cabo de un instante, mientras estaba sentada junto a su sofá:

—Supongo que sabrás que no puedes ir solo.

—No tengo intención de hacer tal cosa —respondió Ralph—. Vendrá gente conmigo.

—¿Qué quiere decir «gente»? ¿Sirvientes a los que pagas?

—Bueno oferta Ralph con jocosidad—, al fin y al cabo son seres humanos.

—¿Y habrá alguna mujer entre ellos? —Quiso saber la señorita Stackpole.

—¡Hablas como si tuviera una docena! No, confieso que no dispongo de una frívola doncella a mi cargo.

—Bien puedes usar Henrietta con calma—, en tal caso no viajar a Inglaterra. Necesitas los cuidados de una mujer.

—He recibido tantos de ti esta última quincena que me durarán mucho tiempo.

—Todavía no son bastantes. Creo que iré contigo.

—¿Quevendrásconmigo? OfertaRalphmientrasseincorporaba lentamente en el sofá.

-Si. Ya sé que no te caigo bien, pero voy a ir contigo de todos modos.

Creo que será mejor para tu salud que vuelvas a echarte.

Ralph la ejecución durante unos instantes, y luego se tendió poco a poco.

—Me caes muy bien dicho al momento.

La señorita Stackpole lanzó una de sus infrecuentes risas.

—No creas que diciendo eso me vas a comprar. Pienso ir contigo y, lo que es más, te cuidaré.

—Eres una mujer muy buena —afirmó Ralph.

—Espera a que te deje sano y salvo en casa antes de decir eso. No va a ser tarea fácil. Pero, de todas, formas es lo mejor que puedes hacer.

Antes de que se marchara, Ralph le preguntó:

—¿De verdad quieres cuidarme?

—Bueno, por lo menos quiero intentarlo.

—En ese caso debo informarte de que me rindo. ¡Me rindo!

Y quizá fuera una señal de su sumisión el que, unos minutos después de que ella lo hubiera dejado solo, estallara en un fuerte ataque de risa. Emprender un viaje por Europa bajo la supervisión de la señorita Stackpole le parecía una gran incongruencia, una prueba concluyente de que había abdicado de todas sus funciones y renunciado a todo ejercicio. Y realmente lo más extraño de todo era que dicha perspectiva le agradaba; se sentía sumiso de una forma grata y suntuosa. Incluso estaba impaciente por partir, y sin duda tenía unas ganas inmensas de volver a ver su casa. El final de todo estaba cerca; era como si, con solo estirar el brazo, pudiera tocar la meta. Pero quería morir en casa; ese era el único deseo que le quedaba: tenderse en la habitación grande y tranquila en la que había visto yacer a su padre por última vez y cerrar los ojos en un amanecer de verano.

Ese mismo día Caspar Goodwood fue a verlo, y Ralph informó a su visitante de que la señorita Stackpole se había hecho cargo de él y lo iba a llevar de vuelta a Inglaterra.

—En ese caso —dijo Caspar—, me temo que seré uno más de la expedición, porque la señora Osmond me ha hecho prometerle que iré con usted.

El retrato de una dama - Henry JamesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora