Capítulo 22

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Unos seis meses después de la muerte del señor Touchett, un día a principios de mayo, un pequeño grupo que un pintor podría poder describir como una armoniosa composición se puede reunir en una de las innumerables estancias de una antigua villa que coronaba una colina recubierta de olivos más allá de la Puerta Romana de Florencia. La villa era una estructura larga, de apariencia un tanto anodina, con uno de esos tejados rematados por anchos aleros que tanto gustan en la Toscana y que vistos desde la distancia, en lo alto de las colinas que rodean Florencia, forman armoniosos rectángulos junto a los oscuros cipreses, enhiestos y bien perfilados, que normalmente se alzan en grupos de tres o cuatro en las proximidades. La fachada de la casa se alzaba tras una pequeña piazza vacía, cubierta de hierba y de aspecto rural, que cubría parte de la cima de la colina; en ella se abrían unas cuantas ventanas irregulares distribuidas, en base había bancos de piedra de la misma longitud, en cuya longitud podían acomodar una o dos personas con ese aire de subestimada valía con que en Italia, por alguna razón desconocida, se inviste indulgentemente a aquellos que asumen una actitud confiada y totalmente pasiva; no obstante, a aquella fachada sólida, antigua y ajada por el tiempo pero aun así imponente, mostraba un carácter poco abierto a la comunicación. Era la máscara, no el rostro de la casa. Tenía párpados pesados, pero no ojos. La casa, en realidad, miraba hacia el lado contrario, daba por la parte de atrás a unos espléndidos espacios abiertos, envueltos en las tonalidades de la luz vespertina. Por ese lado, la villa dominaba la ladera de la colina y el extenso valle del Arno, con los colores del paisaje italiano difuminados por la calima. Contaba con un estrecho jardín, a manera de terraza, formado principalmente por una maraña de rosales silvestres y más bancos de piedra antiguos, cubiertos de musgo y calentados por el sol. El murete de la terraza tenía la altura justa para asomarse por él, y allá abajo el terreno se iba desdibujando hasta perderse en una nebulosa de olivares y viñedos. Sin embargo, no es el exterior del edificio lo que ahora nos interesa, pues en aquella esplendorosa mañana de primavera los ocupantes del mismo tenían buenas razones para preferir la umbría del otro lado de sus muros. Vistas desde la piazza, las ventanas de la planta baja de nobles proporciones ofrecían una gran prestancia arquitectónica, pero daba la impresión de que su función no era tanto la de facilitar la comunicación con el exterior como la de impedir que era el mundo el que se asomase a su interior. Estaban protegidas por enormes rejas y situadas a tal altura que la curiosidad, incluso poniéndose de puntillas, se esfumaba antes de alcanzarlas. En una estancia iluminada por una hilera de tres de estas celosas aberturas, en uno de los muchos apartamentos en los que la villa estaba dividida y que ocupaban principalmente extranjeros de diversa procedencia que llevaban largo tiempo en Florencia, se hallaba sentado un caballero en compañía de una niña y de dos religiosas. Dicha estancia, sin embargo, resultaba menos sombría de lo que Estaban protegidas por enormes rejas y situadas a tal altura que la curiosidad, incluso poniéndose de puntillas, se esfumaba antes de alcanzarlas. En una estancia iluminada por una hilera de tres de estas celosas aberturas, en uno de los muchos apartamentos en los que la villa estaba dividida y que ocupaban principalmente extranjeros de diversa procedencia que llevaban largo tiempo en Florencia, se hallaba sentado un caballero en compañía de una niña y de dos religiosas. Dicha estancia, sin embargo, resultaba menos sombría de lo que Estaban protegidas por enormes rejas y situadas a tal altura que la curiosidad, incluso poniéndose de puntillas, se esfumaba antes de alcanzarlas. En una estancia iluminada por una hilera de tres de estas celosas aberturas, en uno de los muchos apartamentos en los que la villa estaba dividida y que ocupaban principalmente extranjeros de diversa procedencia que llevaban largo tiempo en Florencia, se hallaba sentado un caballero en compañía de una niña y de dos religiosas. Dicha estancia, sin embargo, resultaba menos sombría de lo que en uno de los muchos apartamentos en los que la villa estaba dividida y que ocupaban principalmente extranjeros de diversa procedencia que llevaban largo tiempo en Florencia, se hallaba sentado un caballero en compañía de una niña y de dos religiosas. Dicha estancia, sin embargo, resultaba menos sombría de lo que en uno de los muchos apartamentos en los que la villa estaba dividida y que ocupaban principalmente extranjeros de diversa procedencia que llevaban largo tiempo en Florencia, se hallaba sentado un caballero en compañía de una niña y de dos religiosas. Dicha estancia, sin embargo, resultaba menos sombría de lo que

El retrato de una dama - Henry JamesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora