Capítulo 47

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Fue por Henrietta Stackpole por quien supo Isabel que Caspar Goodwood había llegado a Roma, lo cual tuvo lugar tres días después de la partida de lord Warburton. Ese último hecho se había visto precedido por un incidente de cierta importancia para Isabel: la ausencia temporal, una vez más, de madame Merle, que se había marchado a Nápoles para pasar unos días con una amiga, la afortunada propietaria de una villa en Posilippo . Madame Merle había dejado de velar por la felicidad de Isabel, quien de pronto se preguntó si la más discreta de las mujeres no sería también por un casual la más peligrosa. A veces, de noche, tenía extrañas visiones: le ver a su marido ya su amiga —la amiga de él— en una borrosa e indistinguible combinación. Le parecía que aquella dama todavía no había dicho su última palabra, sino que tenía algo en reserva. Isabel aplicaba activamente toda su imaginación a intentar elucidar esa escurridiza cuestión, pero de vez en cuando se veía refrenada por un temor inefable, de manera que cuando aquella mujer encantadora se marchó de Roma casi sintió alivio. Ya se había enterado por la señorita Stackpole de que Caspar Goodwood estaba en Europa, pues Henrietta le había escrito para comunicárselo nada más encontrárselo en París. El propio Caspar nunca escribía a Isabel y, por mucho que estuviese en Europa, esta no creyó muy probable que quisiera verla. Su última entrevista, antes del matrimonio de ella, se había parecido bastante a una ruptura definitiva; creía recordar que él le había dicho que solo quería verla por última vez. Desde entonces Caspar se había convertido en la nota más discordante que sobrevivía en su pasado; de hecho, era el único que llevaba asociada consigo una sensación permanente de dolor. La había dejado aquella mañana bajo los efectos de una fuerte impresión del todo innecesaria: su encuentro había sido como una colisión de naves a plena luz del día. No había habido bruma ni corriente oculta que la justificara, y ella misma solo había deseado virar y alejarse. Sin embargo, Goodwood había chocado contra su proa mientras ella estaba al timón y, para completar la metáfora, había provocado en aquella embarcación más ligera una fractura que todavía en ocasiones se manifiestaba por medio de un débil crujido. Había sido horrible verle, porque representba el único daño serio que (al menos que supiera) había producido jamás a nadie: era la única persona que tenía contra ella una reclamación no satisfecha. Lo había hecho infeliz sin que pudiera hacer nada para evitarlo, y esa infelicidad no dejaba de ser una triste realidad. Ella había llorado de rabia después de que Goodwood se marchara, sin saber apenas por qué lo hacía: quería creer que había sido por la falta de consideración de él. Había ido a verla sintiéndose infeliz cuando la dicha de ella era tan perfecta, y había hecho todo lo posible para oscurecer el fulgor resplandeciente de aquellos rayos puros. No se había comportado de forma violenta y, sin embargo, tal era la impresión que le había dejado. Cuando menos había habido violencia en algo: quizás tan solo en su propio acceso de llanto, y en el malestar que le había seguido y que se había prolongado durante tres o cuatro días. Ella había llorado de rabia después de que Goodwood se marchara, sin saber apenas por qué lo hacía: quería creer que había sido por la falta de consideración de él. Había ido a verla sintiéndose infeliz cuando la dicha de ella era tan perfecta, y había hecho todo lo posible para oscurecer el fulgor resplandeciente de aquellos rayos puros. No se había comportado de forma violenta y, sin embargo, tal era la impresión que le había dejado. Cuando menos había habido violencia en algo: quizás tan solo en su propio acceso de llanto, y en el malestar que le había seguido y que se había prolongado durante tres o cuatro días. Ella había llorado de rabia después de que Goodwood se marchara, sin saber apenas por qué lo hacía: quería creer que había sido por la falta de consideración de él. Había ido a verla sintiéndose infeliz cuando la dicha de ella era tan perfecta, y había hecho todo lo posible para oscurecer el fulgor resplandeciente de aquellos rayos puros. No se había comportado de forma violenta y, sin embargo, tal era la impresión que le había dejado. Cuando menos había habido violencia en algo: quizás tan solo en su propio acceso de llanto, y en el malestar que le había seguido y que se había prolongado durante tres o cuatro días. y había hecho todo lo posible para oscurecer el fulgor resplandeciente de aquellos rayos puros. No se había comportado de forma violenta y, sin embargo, tal era la impresión que le había dejado. Cuando menos había habido violencia en algo: quizás tan solo en su propio acceso de llanto, y en el malestar que le había seguido y que se había prolongado durante tres o cuatro días. y había hecho todo lo posible para oscurecer el fulgor resplandeciente de aquellos rayos puros. No se había comportado de forma violenta y, sin embargo, tal era la impresión que le había dejado. Cuando menos había habido violencia en algo: quizás tan solo en su propio acceso de llanto, y en el malestar que le había seguido y que se había prolongado durante tres o cuatro días.

El retrato de una dama - Henry JamesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora