Capítulo 54

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En esa segunda ocasión, la llegada de Isabel a Gardencourt fue incluso más discreta de lo que había sido la primera. Ralph Touchett mantenía un servicio muy reducido, y para los nuevos criados la señora Osmond era una desconocida; de manera que, en vez de conducirla a sus aposentos la hicieron pasar con cierta frialdad al salón para que esperara allí mientras subían anunciar su llegada a su tía. Esperó mucho tiempo; la señora Touchett no parecía tener prisa en bajar a recibirla. Terminó por impacientarse, por ponerse nerviosa y asustarse como si los objetos que la rodeaban se hubieran transformado en seres conscientes que observaban su inquietud haciendo muecas grotescas. El día era oscuro y frío; la penumbra se espesaba en los rincones de las amplias y sombrías habitaciones. La casa estaba totalmente silenciosa, un silencio que Isabel recordaba muy bien, pues era el mismo que había impregnado todo el lugar durante los días anteriores a la muerte de su tío. Salió del salón y deambuló por las estancias; entró en la biblioteca y recorrió la galería de pinturas, donde el eco de sus pasos resonó en medio de aquel profundo silencio. No había cambiado nada; lo reconoció todo tal y como lo había visto años atrás, e incluso se sintió como si fuera ayer mismo cuando había estado allí por última vez. Envidiaba la seguridad de aquellas piezas valiosas que no cambiaban en lo más mínimo, que solo aumentaban en valor, mientras sus propietarios iban perdiendo poco a poco la juventud, la felicidad y la belleza, y se percató de que estaba deambulando por el lugar del mismo modo en que lo hiciera su tía el día en que fue a verla en Albany. Isabel había cambiado mucho desde entonces aquello solo había sido el principio. De pronto cayó en la cuenta de que si su tía Lydia no se hubo presentado aquel día de manera y no la hubo encontrado sola, todo podría haber sido muy distinto. Tal vez habría tenido otra vida y habría sido una mujer más dichosa. En la galería se detuvo ante un pequeño cuadro, un encantador y valioso Bonington en el que posó la mirada durante largo tiempo. Pero no lo estaba contemplando; se estaba preguntando si, de no haber ido a verla su tía a Albany aquel día, se habría casado con Caspar Goodwood. Tal vez habría tenido otra vida y habría sido una mujer más dichosa. En la galería se detuvo ante un pequeño cuadro, un encantador y valioso Bonington en el que posó la mirada durante largo tiempo. Pero no lo estaba contemplando; se estaba preguntando si, de no haber ido a verla su tía a Albany aquel día, se habría casado con Caspar Goodwood. Tal vez habría tenido otra vida y habría sido una mujer más dichosa. En la galería se detuvo ante un pequeño cuadro, un encantador y valioso Bonington en el que posó la mirada durante largo tiempo. Pero no lo estaba contemplando; se estaba preguntando si, de no haber ido a verla su tía a Albany aquel día, se habría casado con Caspar Goodwood.

La señora Touchett apareció al fin, justo después de que Isabel había vuelto al vasto y desolado salón. Parecía haber envejecido mucho, pero su mirada era tan vivaz como siempre y tenía la cabeza igual de erguida, mientras que sus finos labios parecían ser los guardianes de sus pensamientos latentes. Llevaba un vestido gris muy sencillo que hizo que Isabel se preguntara, tal y como había hecho la primera vez, si su distinguida pariente se parecía más a una reina regente oa la matrona de una prisión. Isabel sintió los labios de su tía más finos que nunca cuando tocaron sus ardientes mejillas.

—Te he tenido esperando porque estaba haciéndole compañía a Ralph — dijo la señora Touchett—. La enfermera se ha ido a almorzar y la he sustituido. Tiene un criado que se supone que lo cuida, pero no sirve para nada. Siempre está mirando por la ventana ¡como si hubiera algo que ver! No he querido moverme porque parecía que Ralph estaba durmiendo y me ha dado miedo despertarlo con el ruido, así que me he esperado hasta que volviese la enfermera. Además, he recordado que ya conocías la casa.

—Y he comprobado que la conozco mejor de lo que creía. He estado dando vueltas por todas partes —explicó Isabel, que a continuación le preguntó si Ralph dormía mucho.

El retrato de una dama - Henry JamesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora