No era en él, sin embargo, en quien pensaba mientras esperaba junto a la ventana donde la encontramos hace un rato, y tampoco pensaba en ninguno de los asuntos que hemos descrito someramente. No miraba al pasado, sino al instante más inmediato, inminente. Tenía motivos para esperar una escena, y eso era algo que detestaba. No se preguntaba qué le diría al visitante, pues esta cuestión ya había sido respondida. Lo interesante era qué le diría él a ella. Estaba convencida de que no sería nada agradable y esta certeza se reflejaba claramente en su frente preocupada. Por lo demás, sin embargo, la tranquilidad reinaba en ella. Se había quitado ya el luto y se movía en medio de un radiante esplendor. Simplemente se sintió mayor, a veces mucho y, como si «valiera» más por ello, como una pieza curiosa de una colección de anticuario. En cualquier caso,
—Haz pasar al caballero oferta, y siguió mirando por la ventana después de que el criado se retirara. Solo se giró cuando oyó la puerta cerrarse tras la persona que acababa de entrar.
Ante ella estaba plantado Caspar Goodwood, recibido durante un instante, de la cabeza a los pies, por la mirada brillante y seca con que ella retuvo más que ofreció un saludo. Quizá tengamos ahora la oportunidad de comprobar si la madurez del hombre había crecido al ritmo de la de Isabel; entretanto, he de decir que a los ojos críticos de la joven no mostraba la más mínima señal del doloroso paso del tiempo. Erguido, fuerte y recio no había nada en su aspecto que hablara claramente de juventud o de madurez; parecía carecer de inocencia o de debilidad, y por tanto de cualquier filosofía práctica. Su mandíbula mostraba el mismo carácter resuelto que años atrás, pero una crisis como la que atravesaba le añadía naturalmente algo sombrío. Tenía el aspecto de un hombre que había padecido un arduo viaje. Al principio no dijo nada, como si le faltara el aliento. Eso le dio tiempo a Isabel para reflexionar:
«Pobre hombre, ¡qué grandes cosas es capaz de hacer y qué pena que malgaste de una forma tan miserable esa espléndida fuerza! ¡Qué lástima también que uno no pueda satisfacer a todo el mundo!». Le dio tiempo incluso a más: a decir al cabo de un minuto:
—¡No se imagina cómo deseaba que no viniera usted!
—No me cabe la menor duda.
Y miró a su alrededor buscando un asiento. No solo había venido, sino que tenía la intención de quedarse.
—Debe de estar muy cansado —dijo Isabel, tomado asiento y pensando, generosamente en su opinión, en darle una oportunidad.
—No, no estoy en absoluto cansado. ¿Alguna vez me ha visto cansado?
—Nunca, ¡ojalá lo hubiera visto alguna vez! ¿Cuándo ha llegado?
—Anoche, muy tarde, en una especie de tren caracol al que llaman expreso. Estos trenes italianos van a la misma velocidad que un cortejo fúnebre en Norteamérica.
—Muy apropiado, debe de haberse sentido como si asistiera a mi entierro. Y forzó una sonrisa para alentar tranquilidad en aquella difícil situación.
Había reflexionado profundamente acerca de la situación, llegando a la certera
conclusión de que no había abusado de la buena fe de nadie ni había incumplido trato alguno; pero, pese a todo, temía a su visitante. Se avergonzaba de su temor, aunque agradecía enormemente que no hubiera nada más de lo que avergonzarse. Él la miró con una insistencia dura y rígida, una insistencia carente de todo tacto, sobre todo cuando el oscuro y pesado rayo de su mirada se posó en ella como un peso físico.
—No, no es eso lo que sentí. No puedo pensar en usted como si hubiera muerto. ¡Ojalá pudiera! —dijo con franqueza.
—Se lo agradezco mucho.
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El retrato de una dama - Henry James
No FicciónConsiderada una de las mejores novelas de Henry James, "El retrato de una dama" -una "historia sencilla"- gira en torno a la joven y atractiva Isabel Archer, quien se ve obligada a trasladarse a Inglaterra desde su Estados Unidos natal. Una vez allí...