Capítulo 38

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Al día siguiente, Rosier fue a visitar a madame Merle y, para su sorpresa, no le fue tan mal como pensaba. No obstante, madame Merle le hizo prometer que no haría nada en tanto no hubiera nada decidido. El señor Osmond había forjado grandes expectativas para su hija; y era muy cierto que, como no tenía intención de darle una dote, tales expectativas se prestaban a la crítica o incluso, si se quería, al ridículo. Pero ella le aconsejaba al señor Rosier que no adoptase esa actitud, ya que, si era paciente, tal vez lograse la felicidad que anhelaba. El señor Osmond no se mostró favorable a su propósito, pero no sería un milagro que poco a poco fue cambiando de opinión. Pansy jamás desafiaría a su padre, de eso podía estar seguro, de modo que no se ganaría nada actuando con precipitación. El señor Osmond necesita tiempo para acostumbrarse a la idea de una oferta que hasta ese momento no había contemplado, y el resultado debía llegar por sí mismo, era inútil tratar de forzarlo. Rosier comentó que su posición sería mientras tanto la más incómoda del mundo, y madame Merle le aseguró que lo sintió por él. Sin embargo, como dijo con acierto, no se podía tener todo lo que uno quería, lección que había aprendido por sí misma. Tampoco valdría la pena que escribiese al señor Osmond, quien le había encargado a ella que así se lo comunicase. El señor Osmond deseaba aplazar el asunto durante unas semanas y le escribiría cuando tuviese algo que decir que pudiese complacer al señor Rosier. Rosier comentó que su posición sería mientras tanto la más incómoda del mundo, y madame Merle le aseguró que lo sintió por él. Sin embargo, como dijo con acierto, no se podía tener todo lo que uno quería, lección que había aprendido por sí misma. Tampoco valdría la pena que escribiese al señor Osmond, quien le había encargado a ella que así se lo comunicase. El señor Osmond deseaba aplazar el asunto durante unas semanas y le escribiría cuando tuviese algo que decir que pudiese complacer al señor Rosier. Rosier comentó que su posición sería mientras tanto la más incómoda del mundo, y madame Merle le aseguró que lo sintió por él. Sin embargo, como dijo con acierto, no se podía tener todo lo que uno quería, lección que había aprendido por sí misma. Tampoco valdría la pena que escribiese al señor Osmond, quien le había encargado a ella que así se lo comunicase. El señor Osmond deseaba aplazar el asunto durante unas semanas y le escribiría cuando tuviese algo que decir que pudiese complacer al señor Rosier.

—No le gusta que haya hablado con Pansy. No le gusta en absoluto madame Merle.

—Estoy completamente dispuesto a darle ocasión de decírmelo en persona.

—Si hace eso, le dirá más de lo que usted desea escuchar. Durante el próximo mes, vaya a la casa lo menos posible y déjeme el resto a mí.

—¿Lo menos posible? ¿Y quién va a evaluar tal posibilidad?

—Permita que yo lo haga. Vaya los jueves por la noche, cuando va todo el mundo, pero no se presente en ningún otro momento. Y no se preocupe por Pansy. Yo me encargaré de que lo comprenda todo. Es de naturaleza tranquila y se lo tomará con calma.

Edward Rosier sufrió mucho por Pansy, pero hizo lo que le habían aconsejado y esperó al siguiente jueves para regresar al palazzo Roccanera. Había una cena con invitados, de modo que, aunque acudió temprano, la compañía ya era numerosa cuando llegó. Osmond, como de costumbre, estaba en la primera estancia, junto al fuego y mirando de frente a la puerta, por lo que Rosier, para no mostrarse claramente descortés, tuvo que ir y hablar con él.

—Me alegra que sea usted capaz de captar una indirecta —dijo el padre de Pansy, entornando ligeramente sus ojos agudos y perspicaces.

—No he captado ninguna indirecta. Lo que he hecho es recoger un mensaje, o así fue como yo lo entendí.

—¿Que recogió un mensaje? ¿De dónde?

El pobre Rosier tenía la sensación de que le estaban insultando y decidió esperar un momento, preguntándose hasta dónde debía aguantar un verdadero enamorado.

El retrato de una dama - Henry JamesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora