002. Del infierno a la tierra

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Del infierno a la tierra

HELLER 

Lo más humillante para un demonio

Le gustaría decir que se dejó atrapar por esa bola de tontos, y no que un ritual improvisadamente absurdo lo sacó de su amado trono de huesos para llevarlo a un círculo de sal en el sótano de alguna propiedad del mundo humano.

Nadie ahí supo que estaba ante Lucifer en persona, lo trataron como a un demonio cualquiera y lo mantuvieron a raya con cadenas de hierro y grilletes en las manos. ¿Acaso en la tierra no los educaban para temerle a la oscuridad?

Él era la oscuridad, perdición, una pesadilla andante que durante la torpe vida de ese patético mundo se encargó de desatar los males y gobernar su reino a base de guerras, enfrentamientos y condenas, sobre todo condenas.

Por si fuera poco, los estúpidos que lo atraparon no supieron qué hacer una vez el demonio pareció ante ellos, se miraron durante casi treinta minutos uno a la cara del otro, esperando a que él diera el primer paso probablemente.

De no haber estado rodeado del círculo de sal y el sacrificio de algún mísero animal, se habría encargado de colgar la cabeza de todos ellos en una sola pica y la habría clavado en la entrada de esa ciudad para que dejaran de jugar a los cultos que no le servían a él más que para tener cada vez más almas a su disposición.

Una semana —o algo así— bastó para que se regara el rumor y los creyentes se refugiaran en los pisos de su iglesia, temiendo al demonio que merodeaba por Heldel.

A partir del momento en que osaron subestimarlo, esa se convirtió en la ciudad por la que comenzaría a expandir de nuevo sus dominios por la tierra.

El único inconveniente era que necesitaba de algún tonto que lo liberara de las cadenas y le cediera el permiso de ir y venir del infierno a la tierra según quisiera.

Y los tontos abundan entre los humanos

Por eso no dudó en aprovechar la primera y tal vez única oportunidad que tendría de hacerse de esa libertad.

Aster Hayes era solo inteligente cuando el asunto no se trataba de personas, había crecido prácticamente aislado, sin tener contacto con nadie y vigilado por una madre que lo único que deseaba era aceptación de la ciudad de idiotas llamada Heldel.

¿Por qué engañar a Aster fue tan sencillo como decirle que él nada más deseaba volver a su hogar en el infierno?

Creyó que le tomaría más tiempo o que tendría que ofrecerle un trato más elaborado. En cambio, ese chico pronunció las palabras como si un títere lo controlara.

Él conocía de humanos indulgentes, esos desesperanzados y hartos del mundo, a los que no les importaba lo que liberar a un demonio significaba. Suficiente ya habían sufrido ellos, era el turno de los demás.

Una ofrenda temerosa ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora