023. Castigo de la noche sin estrellas

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Castigo de una noche sin estrellas

HELLER

Siete meses antes

Había liberado a Aster de las cadenas que lo mantenían cautivo cerca de la mesa del altar.

No es que un demonio arriesgara demasiado si se exponía de la manera en la que él lo hizo. Al fin y al cabo, él no pertenecía a ese mundo, pero el humano cubierto de tantos óleos y hiervas sí perdía algo al ser relacionado con una criatura como él.

¿Habría sido mejor abandonarlo?

Tal vez si él no hubiera dicho ante tantas personas, y la propia madre de Aster, que éste le pertenecía, Aster podría regresar a la vida que tenía. Si es que se podía llamar vida a lo que ese chico tenía.

Desconectado totalmente del mundo. Atado a una madre que le contaba las respiraciones que daba por minuto y no lo dejaba ni asomar las narices por las ventanas de su casa.

Las acciones de Jane Hayes cobraron sentido en cuanto estuvo ante ella nuevamente, prestando atención a los ojos idénticos a los de Aster y percibiendo el temor que ella sentía.

Ni siquiera era miedo por él o por lo que pudiera hacerle a su hijo.

Sino a lo que todos en ese lugar hablarían sobre ella. Una madre soltera que no pudo alejar a su hijo de las perversiones del mundo.

Del infierno en realidad.

Nada ni nadie le habría impedido llevarse a su chico. Y nadie salvo él y Jane hablaron. Su excesiva seguridad y el hecho de que todos sabían quién y lo que él era, fue lo que le permitió sujetar el cuerpo débil e inconsciente de Aster.

Éste no quería ir con él, a pesar de que el infierno se desató por culpa de ese chico y su mejor amigo, Aster no lo quería cerca.

A pesar de haberlo besado esa misma mañana.

A pesar de que a él le daba exactamente igual si quien lo invocó y ligó a ese mundo era Aster.

Y, sobre todo, a pesar de que había una cuenta pendiente entre él y ese chico.

Una cuenta de la que ni él ni Aster estaban enterados, pero se remontaba algunos años atrás.

Los Hayes le debían una ofrenda, Jane Hayes lo sabía, y se llevó a su hijo a otra ciudad en un intento por confundir al rey de los demonios.

Pero los tratos con Lucifer una vez que han sido firmados quedan grabados en el tiempo, en la existencia y en lo más profundo del alma que de hecho le pertenecía.

Nadie se movió o respiró mientras él salía de la iglesia con Aster en brazos. Era suyo, tal como había dicho.

Depositó el cuerpo sobre el atesado pasto verde en lo más profundo del bosque.

Una ofrenda temerosa ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora