007. Orígenes de la locura

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Orígenes de la locura

ASTER

« ¿Se puede confiar más en el rey del infierno que en nadie?»

No le gustaba pensar que estaba confiando en alguien como Heller. Era rotundamente una muy mala idea. Sin embargo, por breves momentos prefería la compañía de esa criatura a la que conoció un par de días antes, que casi incendió su colegio porque estaba aburrido y que lo estaba llevando de regreso a su casa.

Seguía preocupado por lo que sea que Belial pudiera hacerle a Nyx, su amigo había sido siempre el más fuerte de los dos, pero ese demonio era capaz de doblegar el espíritu de alguien como Nyx. Así que también prefería estar con Heller que con Belial.

¿Desde cuándo debía elegir con quién le iba peor? Estar cerca de su madre era igual que ser juzgado por cualquier movimiento que diera; con Belial ni si quiera podía imaginarlo; Heller era la mejor opción de las tres, y Heller era el rey del infierno, lo cual ya era mucho decir sobre lo miserable que era su existencia.

—Me voy a ofender si sigues resignándote a estar conmigo porque por un lado tienes a una madre loca, y por el otro a un demonio aún más loco —Heller entró por el lado del conductor, se ajustó el cinturón y acomodó el asiento antes de echar a andar el auto.

—Deberías sentirte halagado, prefiero estar contigo que con ellos —liberó un suspiro antes de recostarse con la cabeza apoyada en el cristal de la ventanilla.

—Error. Prefieres estar conmigo sin importar lo mierda que sea el resto del mundo —aseguró el demonio que conducía más lento de lo necesario. A él le resultaba mejor si no llegaban nunca, la idea de encontrarse con su madre cada día después de la escuela dejó de ser agradable cuando comenzaron a ir a la iglesia.

Con Heller al menos sabía lo que podía esperar, pero, con su madre, nunca no entendía lo que provocaba que ella se enojara.

El resto del camino se dedicó a cabecear contra el cristal, despertarse preguntándose lo que estaría haciendo Nyx, de vez en cuando miraba a Heller, pero éste conducía en silencio, con la mirada al frente y tan lento que a él le pareció que el viaje duró dos horas y no veinte minutos.

¿Heller tomó el camino más largo para que él descansara? Posiblemente se trataba de una coincidencia, alguien como ese demonio no podía ser así de considerado. La idea se mantuvo en su cabeza hasta que vio el auto azul marino de su madre en la cochera, acompañado de otro que conocía bien.

El sacerdote

Héller debió verlo o entrar a su mente como siempre hacía, porque sonrió y meneó la cabeza de un lado a otro, disfrutando de la situación.

—Será mejor que me dejes del otro lado de la acera, no sabría cómo explicar por qué vengo en el auto de un extraño —habló mientras se quitaba el cinturón de seguridad de encima y buscaba a tientas su mochila en el asiento trasero.

Una ofrenda temerosa ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora