005. Heller suena mejor que Lucifer

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Heller suena mejor que Lucifer

HELLER

«Más edad que la tierra misma para terminar caminando detrás de un adolescente en los pasillos de una escuela religiosa»

Si cualquiera en ese lugar pusiera un mínimo de atención en Aster, vería que la sombra debajo suyo no era la de un humano común, sino que medía más de dos metros y tenía unos atractivos e insinuantes cuernos bien afilados. Aster sabía que él lo estaba siguiendo porque durante la primera parte de la mañana estuvo lanzando maldiciones en la cabeza del chico, quejándose de la pérdida de tiempo que era estar ahí.

¿Puedes al menos contar un chiste? Me aburro aquí, y no es buena idea que alguien como yo me aburra, dudo que quieras que queme tu escuela o algo así —como todas las veces anteriores que habló en la cabeza de Aster, éste lo ignoró y siguió caminando cual robot.

No había hecho más que permanecer a su lado, la clase de literatura fue la peor parte de todas. Los profesores eran una clase de monjes y las profesoras no se acercaban a los alumnos a más de dos metros.

No es como si fueran a meterles mano debajo de esos trajes de pingüino —le había dicho a Aster en su momento, cuando una de ellas casi le gritó que saludara a su madre de parte suya.

¿Por qué le enviaría saludos a la madre sádica de Aster? El término sádica le acomodaba perfecto a una mujer que encontró cierto grado de placer después de apalear y propiciarle una serie de latigazos a su hijo. Pero no placer lujurioso como al que los creyentes le tenían tanto miedo.

Bola de hipócritas. Disfrutaban de actos sexuales y fingían arrepentimiento después de practicarlos. Una falsa vergüenza y con una oración creían limpiar su historial. Pero los deseos más oscuros y profundos que permanecían ocultos dentro de cada ser tarde o temprano terminaban por salir.

Él no le creería jamás a un humano ese arrepentimiento. Si creían tan insanos dichas prácticas, no había razón para realizarlas en primer lugar, ni si quiera para pensar en ellas.

La madre de Aster pensó en la liberación y en su paz mental. «Estoy en paz con el todopoderoso porque he expiado a mi hijo de sus pecados» ¡Las bolas estaban expiadas!

Ocultaba cobardemente sus inseguridades detrás de la forma en la que educaba a Aster.

No dejarlo hablar con los demás para que no pudiera ser mal influenciado.

No permitirle tocar a nadie para evitar que sintiese algún tipo de apego más profundo que el que debía sentir por Dios y por su madre.

Prohibirle salir para que no pisara lugares corrompidos.

Una ofrenda temerosa ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora