031. El que más arriesgue, gana

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El que más arriesgue, gana

ASTER

Eran pocos los recuerdos de su niñez que le gustaba traer al presente, y no porque creyera en el trato de su madre como un trauma, sino porque todos sus días fueron iguales al anterior hasta que conoció a un niño de ojos verdes y cabello castaño, ese que pateó tan fuerte la pelota como para que cruzara la cerca del límite entre la acera y la escuela de niños desobedientes como su madre solía decirle a todas las escuelas que no eran religiosas.

Él pasaba con sus libros bajo el brazo, su saco abotonado y la corbata bien atada siempre que a su madre no le daba tiempo de ir a buscarlo.

«Tienes quince minutos para caminar de la escuela a casa»

La salida era al mediodía y solo tenía un cuarto de hora para caminar de regreso, su madre hacía una llamada al teléfono de la casa en el momento que se suponía él debía estar entrando por la puerta principal.

Llegó a tiempo cada día, sabía de lo que su madre era capaz, no quería ser castigado por caminar despacio o sentirse cansado.

Excepto ese día, el día que ese chico de ojos verdes y redondos lo habló desde el otro lado de la cerca.

—¡Hey! —había gritado con un tono de voz agudo particular de los niños de esa edad—. ¿Podrías lanzar la pelota?

Siguió con la cabeza la dirección que señalaba el dedo del niño. La pelota estaba a solo unos pasos de él, debió continuar e ignorarlo y caminar más rápido, no llegaría a tiempo si se detenía a lanzar la pelota.

Pese a que no tuvo otro ejemplo en su vida y a la disciplina que su madre ejercía en casa, además de lo que los adultos decían sobre los niños de esa escuela, sus piernas lo llevaron, sus manos sostuvieron la pelota y tomó impulso antes de lanzarla hacia el cielo.

Nunca había jugado con una pelota con sus amigos en la escuela de la iglesia.

Ellos no tenían descansos para tomar el almuerzo, «el tiempo libre les hará pensar cosas malas» decía el padre Ever y el resto de los adultos asentía cada vez que lo hacía.

Su madre le creó un horario después del primer mes en Heldel. No tenía salvo una hora libre de estudio, lectura o práctica del órgano.

«Tocarás el órgano para la iglesia cuando seas mayor»

A él le disgustaba el sonido que emergía del órgano al tocarlo, pero los adultos sonreían a su alrededor en cuanto sus dedos tocaban las notas.

Tal vez lanzó la pelota al niño de ojos verdes redondos porque sentía curiosidad sobre lo que era ser un niño desobediente, ellos parecían ser felices a pesar de hacer y pensar cosas malas.

Una ofrenda temerosa ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora