027. Puedes sentirme

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Puedes sentirme

BELIAL

Lo satisfacía tanto la imagen que tenía en frente, que postergó el descanso de Nyx todo lo que quiso. El chico ni si quiera se movía, era como un pequeño ángel, con los labios ligeramente separados, inhalaciones y exhalaciones pausadas, los párpados relajados y la sombrilla de pestañas haciendo sombra al par de pómulos que conservaban un ligero rubor debido a la sangre que corría por sus venas. Sus cejas eran una fina línea que él recorrió de un lado a otro con su índice. No era capaz de apartar la mirada, temía olvidarlo, que lo abandonara la escena y Nyx se alejara nuevamente.

Pero suficiente era haber puesto a Nyx a dormir para sacarlo de la casa en Heldel y llevarlo a donde él quería. No se detuvo a pensar en lo furioso que estaría su príncipe de ojos verdes, en realidad no le importaba. Todo cuanto le entraba en la cabeza necia que poseía, era la idea de que debía proteger a Nyx, aun si eso implicaba violar esos derechos que diferenciaba a la especie de cada uno.

Él era un demonio y podía hacer lo que quisiera y cuando quisiera.

Nyx era un humano, y entre los humanos existían ciertos derechos individuales. Mismos que a él lo tuvieron sin cuidado cuando los pasó por alto y secuestró a Nyx.

—Secuestrar es una palabra que Nyx no se tomará bien —dijo en tono bajo cerca de la oreja del chico en cuestión. Éste se removió, ya era momento de que despertara.

Acarició por última vez los mechones que le caían a Nyx sobre la frente. Después de que éste se diera cuenta del lugar en el que estaba y que Belial lo había engañado sobre respetar su decisión de ayudar a los chicos secuestrados en la ciudad; lo último que haría era permitirle que le tocara el cabello.

Los ojos verdes se encontraron con los suyos, las manos de Nyx fueron directo a frotárselos y tardó unos segundos más antes de acostumbrar su vista. A pesar de que la habitación en la que estaban no poseía más iluminación que la que emanaba de la lámpara en la mesa de noche.

Se esmeró en preparar una habitación lo menos aterradora posible. No podía recibir una visita tan importante y mostrarle lo que usualmente era su hogar.

Tenía asuntos en el infierno, asuntos que si aplazaba más tiempo le traerían consecuencias peores que perder el control sobre el cambio de una forma a otra. Bastante esfuerzo le suponía ya mantener sus colmillos y cuernos alejados de la vista de Nyx, y eso que lo había encontrado apenas veinticuatro horas antes.

—Príncipe, buenos días —lo saludó como si nada. Sonrió para el chico y se acercó a unir sus labios con los contrarios, aprovechando que éste estaba aún aturdido por las horas de sueño.

— ¿Cuánto tiempo he dormido? ­—quiso saber. La voz rasposa de Nyx le resultó tan ardiente que se le escapó un ronroneo que no llegó a vociferar.

Una ofrenda temerosa ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora