028. Crónicas macabras I

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Crónicas macabras I

HELLER

«No confíes ni en tu propia sombra, si ésta tuviera un puñal, te lo clavaría»

El único movimiento en el interior de la cabaña en medio del bosque era el de Aster, mientras se familiarizaba con lo que encontraba en la cocina. El chico llevaba más de cuatro horas trabajando en mezclar ingredientes y formar una masa de pan perfecta. Suave sin llegar a deshacerse entre los dedos, y fresca sin llegar a endurecerse.

Hacía dos días que llegaron a ese lugar. Claro que no creía en la fantasía de que viviría ahí con Aster por el resto de su existencia; tendrían que irse. Aster quería reunirse con Nyx, se lo recordaba cada vez que salía el tema en la conversación.

Quizá no en gran medida, pero comprendía lo que Nyx significaba para Aster; crecieron juntos, sus historias eran similares; eran presos de las mismas cadenas, cargaban con la misma cruz. Por eso intentaron escapar juntos, su objetivo era irse los dos, dejar atrás todo, pero no sin el otro.

Aun no aceptaba haber caído en la trampa de la que advirtió antes a Belial; ceder a un humano el poder de controlarte, era darle el arma con la qué terminar contigo. Él no estaba preparado para ello, no llevaría a Aster al infierno, no lo arrastraría a la oscuridad solo porque sus instintos no le permitían confiar en que estaría a salvo mientras él no estuviera.

Si el peligro los asechaba aún en su presencia, nada le garantizaba que Aster Hayes sobreviviría sin él.

Se acercó a la cocina con la mirada atenta a las sombras que pasaban del otro lado de las ventanas. Quizá la criatura no se dio cuenta del error que cometió, pero el rumbo del viento cambió de un segundo a otro, y esa clase aves no era fácil verlas en la tierra. Mucho menos en grupo.

Quien sea que los había estado observando, esperaba que él lo descubriera; o no le importaba si lo hacía.

—¿Has terminado? ­—preguntó a Aster. Poseía esa capacidad de crear una perfecta máscara para hablar con Aster, el humano no sería capaz de enterarse de lo que atormentaba su mente, a menos que él se lo dijera.

—Ya casi, estoy esperando a que se derrita la mantequilla —explicó el castaño, se movía aun de un espacio a otro en la cocina. Revisaba las gavetas y metía y sacaba productos del refrigerador.

—Te llevaré a ver a Nyx —mintió.

Tenía una leve idea del lugar en el que Belial podía estar, y donde Belial estuviera, también se encontraría Nyx.

La sola mención de su amigo llevó a Aster a soltar lo que tenía en las manos, apagó el horno y se limpió con un paño húmedo los restos de masa que permanecieron en sus dedos.

Una ofrenda temerosa ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora