026. Una estrella sin su noche

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Una estrella sin su noche

ASTER

La mirada de su amigo, esa que conocía tan bien, no era ni sombra de lo que solía ser siete meses antes.

Él no tenía a Nyx en frente desde antes de ver su cuerpo tendido sobre la mesa de la iglesia. Heller había dado con él, y le advirtió a Aster que su amigo no era nada parecido a lo que recordaba.

—Nyx —susurró él. Su hermoso amigo de ojos verdes, ese que siempre fue el más fuerte y valiente de los dos.

Permaneció sentado en el suelo, junto al inmóvil chico pálido, éste no le habló o miró, tan exhorto en sí mismo que era como si no supiera el lugar en el que estaba.

—Le regresé un poco de lucidez cuando lo encontré, pero no conseguí más —explicó Heller entrando más tarde a la habitación.

La recámara era la de Belial, era simple, una cama al centro y las ventanas cerradas. No había objetos personales que indicaran a quien pertenecía, era una habitación como cualquier otra.

—No me iré sin él —aseguró a Heller.

El demonio lo convenció de dejar a Nyx a solas, para que se habituara y reaccionara por voluntad propia.

Cuando Belial llegó él estaba en la biblioteca. Escuchó la discusión entre los demonios, las palabras no tenían sentido, él tampoco podía hacer mucho. Los demonios se amenazaron el uno al otro, y luego Belial subió las escaleras y se encerró con Nyx en la habitación.

—Él lo ayudará —dijo Heller.

La herida que Belial hizo en el cuello del rey de las tinieblas se cerraba poco a poco, pero la sangre en su ropa no se iba.

—Necesito hablar con él —insistió él. Sabía de los planes de Heller, éste iba a llevarlo lejos de la ciudad, alejarlo de su madre y de los miembros de la iglesia.

—Belial no permitirá que nada le pase —continuó el demonio—. Es mejor que nos vayamos.

— ¿Volveré a verlo? —quiso saber.

—Si así lo deseas, claro que sí —prometió Heller.

La nube de humo que los rodeó los trasladó a un lugar en medio del bosque, pero como todo lo que rodeaba a Heller, primero fue oscuridad, acompañada de una sensación de escalofrío en el cuerpo. Se acostumbró poco a poco a la tenue iluminación, y a que lo que había frente a él no era la intemperie, sino un ventanal de cristal que iba del suelo al techo.

Más allá del cristal, los árboles danzaban y las hojas se soltaban de las ramas.

Ese no era el bosque que rodeaba Heller. Se trataba de una espesura y un clima diferente. Si había entendido a Heller, éste quiso sacarlo de Heldel antes de que se desatara el infierno en la ciudad.

Una ofrenda temerosa ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora