010. Latidos y tentación

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Latidos y tentación

ASTER

La madre de Aster tenía un viaje de parte de su trabajo; eran raras las veces que lo dejaba solo más de unas cuantas horas. Eso lo hizo preguntarse si Heller y sus poderes de demonio no tendrían algo que ver con la extraña pasividad e indulgencia de su madre. Era también la primera mañana en que se levantaba y encontraba un desayuno en la mesa. No fue capaz de probar más que el jugo de naranja, estaba frío y tenía el dulzor perfecto; habría querido probar el resto, pero el sonido de un claxon lo hizo levantarse.

Se asomó por la ventana y vio que se trataba de Heller. El demonio conducía un auto negro con vidrios polarizados, él lo vio a través de la ventanilla que mantenía abajo. Estuvo a punto de ignorarlo y regresar por su desayuno. Lo detuvo el hecho de que Heller era capaz de sonar el claxon hasta hacerlo salir, y eso alertaría a los vecinos, quienes sabían de las estrictas reglas de su madre.

—Por algo se inventaron los timbres —dijo mientras abría la puerta del copiloto y se sentaba. Lanzó su mochila al asiento trasero y se puso el cinturón de seguridad. No confiaba en Heller detrás del volante, después de todo, a un demonio no le importaría estrellarse contra un árbol o causar un accidente vial, era inmortal.

—Los autos tienen claxon también por algo, estrellita —Heller parecía estar de buen humor, como si la visita a su casa de días antes no hubiera cambiado la atmosfera de su casa. El sacerdote y su madre terminaron dándole a él más responsabilidades dentro del grupo de voluntarios de la iglesia, esa tarde sería su primera reunión.

—Como sea. ¿Qué quieres tan temprano? —durante dos días no supo nada del demonio, por lo que su presencia esa mañana debía tener una buena razón.

—Te extrañaba, vine a verte porque extrañaba tu cara —dijo Heller, sin ninguna emoción, con la mirada fija en la calle.

No dijo nada, ¿qué podía responder a algo como eso? Heller probablemente se estaba burlando de él.

—Los latidos de tu corazón me harán chocar —volvió a hablar el rey del infierno. Él fijó la vista sobre la ventanilla, miraba los locales abriendo y las casas apenas despertando—. Aster.

No miraría a Heller. Estaba jugando con él, nada más.

« ¿Por qué un día quiere matarme y odia a los humanos, y otro viene a buscarme y dice cosas como esa?»

—Si quisiera matarte ya lo habría hecho, sería tan fácil ordenarle a tu cuerpo que dejara de funcionar —para ese punto, ya estaba casi acostumbrado a las amenazas mentales que a veces le lanzaba Heller. La voz que escuchaba en su cabeza era mucho más profunda y ronca que la que escuchaba salir de los labios de Heller, como si fueran dos criaturas diferentes.

Una ofrenda temerosa ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora