Sin responderle nada me alejo de su presencia sumamente nerviosa. Mi corazón late agitado después de sus palabras. Es la primera vez en años que tengo ese tipo de contacto con un hombre. Se siente extraño y hasta ahora me doy cuenta de lo que me dijeron mi hija y Triz.
Llevo mucho tiempo encerrada en una burbuja donde yo no existía. Solo he vivido para mi hija y el trabajo para poder sostenernos a las dos. No negaré que el hombre llamó mi atención, pero es un desconocido como quiera que sea y lo más seguro, es que no lo vuelva a ver en la vida.
Alcanzo a Janisse saliendo de la cafetería con los dos batidos en la mano. Al parecer no se enteró de lo sucedido con el ladrón, mejor, no la quiero haciéndome preguntas para tener que contarle todo lo sucedido. También, la cafetería está un poco alejada de donde sucedió todo.
—Justo iba a buscarte a la entrada —dice mi hija, mirándome al tiempo de que alza las cejas —. ¿Qué sucede? —Se lo huele todo. Esta niña me conoce tan bien como yo a ella.
—¿Por qué lo preguntas, hija? Estoy bien. —Una pequeña mentirita piadosa. Mi hija sería capaz de formar un drama si se me va que conocí a un hombre.
—Estás roja. Se te nota de aquí a China porque tienes la piel muy clara, mamá. —Eso es cierto. Siempre que me pongo nerviosa o estoy inquieta, mis mejillas se tornan muy rojas.
—Es el sol, cielo. Como bien dijiste, hace un calor infernal —respondo al tiempo que tomo el batido de su mano fijándome en tomar el de chocolate.
En esto de los sabores mi hija y yo discrepamos. Yo soy amante del chocolate mientras que Janisse ama la vainilla. Siempre que nos damos en gusto de comer algún dulce, batido o lo que sea, esos son los sabores. Cuando cocino u dulce, tengo que hacer dos, uno para ella y otro para mí. Gracias a Dios, Triz ama el chocolate como yo, otra gran razón por la cual somos tan amigas.
Tras disfrutar el frío batido que nos alivia el calor a los dos, nos encaminamos a la entrada de la primera tienda. Cuando observo los precios de la ropa, casi me caigo de culo. Han subido desde la última vez que vinimos. Janisse me dice que no preocupe, intento no hacerlo y escoger lo más barato, pero ella no me deja.
Tras alrededor de dos horas de tienda en tienda, incluso una de ropa interior que no sé para qué, salimos con varias bolsas cada una. No iba a permitir que Janisse saliera con las manos vacías. Le pagaron tan bien, que sobró algo de dinero para que ella lo ahorre para sus cositas.
Acabamos en una peluquería del mismo centro comercial con un arreglo de manicura-pedicura y un corte de cabello que nos quedó muy bien. Janisse insiste en que debo de estar hermosa para sus planes. De tanto que lo menciona, ya tengo curiosidad. Solo espero que no sean locuras. No tengo dieciocho años como ella. Soy una adulta y como tal me debo de comportar.
Llegamos a casa cansadas y mientras mi niña sube las bolsas para acomodarlas, yo me pongo a preparar el almuerzo. Unas pastas es lo que más rápido se cocina. Cuando estoy preparando la salsa para echarle a las pastas, escucho a Janisse bajado apresurada las escaleras, asustándome.
—¿Me vas a contar que pasó en el centro comercial o te lo tengo que sonsacar a cosquillas?
—Niña, me asustaste. Sabes que no me gusta que hagas eso cuando estoy en la cocina. Puedes ocasionar un accidente —la reprendo, ignorando su pregunta ligada a una traviesa amenaza. Ella rueda los ojos. La miro mal. Detesto que haga eso.
—No me cambies de tema —dice en mi espalda mientras yo me concentro en acabar las dichosas pastas. Muero de hambre.
—Si no me dejas acabar, no comerás pastas —aclaro y me detengo para mirarlas y ver como levanta las manos en son de paz.
Cuando finalmente me deja terminar mi quehacer, su teléfono suena. Parece que observa la pantalla por largo rato pues el móvil continúa sonando, hasta que finalmente, responde.
—Señor Sarmientos —saluda mi hija —. Que sorpresa su llamada, ¿Ha ocurrido algo malo? —Por algunos minutos parece que le explican algo y cuando tengo servidos los dos platos del almuerzo, Janisse chilla —¿De verdad? —Parece ser que es una buena noticia —¿Ahora mismo? —me observa por algunos segundos — ¿Puedo llevar a madre? Ella no supo de mi trabajo anterior con usted y me gustaría que ella lo conozca. —Del otro lado de la línea le responden —. Perfecto. Muchas gracias, Señor Sarmientos. Allá nos vemos.
—Supongo que esa llamada es algo muy bueno —inquiero cuando se pone a brincar como niña pequeña a la cual le acaban de dar su golosina preferida. A veces la madurez de mi hija sale por la puerta de nuestro departamento.
—Mamá, estoy muy feliz. El señor Sarmientos es el hombre con quien trabajé en el comercial. Parece que hay buenas noticias. Nos invitó a almorzar.
—Comamos las pastas que de seguro en esos restaurantes sirven poca comida. —Le guiñó un ojo.—En la vida rechazaría yo tus pastas. Eso es un gran delito —afirma y es cierto. Janisse come de todo. Le ensené desde pequeña, pero la pasta, es una de las comidas que más le gusta.
Almorzamos rápido y a insistencia de Janisse volvemos a cambiarnos de ropa. Por un lado, la entiendo, ese hombre debe de ser empresario y hay que estar presentables para la reunión que, aunque no sé de qué es. No dudo de que sea algún trabajo para mi hija como el que ya hizo. Salimos al encuentro con el misterioso Señor Sarmientos del cual Janisse no ha dejado de decirme que es un buen hombre. Que es joven, pero muy inteligente y, sobre todo, exitoso en los negocios.
Cuando llegamos al restaurante, estamos algo cohibidas ante el lugar en el que nos ha citado ese hombre. Miramos nuestros atuendos, pero aun así entramos. El chico de la puerta nos anuncia que Sarmientos no ha llegado todavía, pero que podemos tomar asiento y pedir lo que deseemos que la cuenta va por él. A Janisse se le quieren salir los ojos, pero le pido que se controle.
Finalmente, Janisse se desencanta por un entrante sencillo y yo solo pido un jugo por pura pena. Janisse lo conoce, pero yo no tengo idea de quién es el hombre y como no pago yo, más todavía.
—Buenas tardes, disculpa la demora, Janisse —escucho tras mi espalda y me he quedado rígida. Veo como mi hija se levanta de la mesa con una sonrisa —y usted, debe ser la madre de esta bella jovencita —dice caminando para verme de frente y al hacerlo se queda callado.
El señor Sarmientos no es más ni menos, que Debrain Sarmientos, el hombre del centro comercial que me apodo pequeño zafiro por mis ojos azules. De veras que las casualidades existen.
Hasta aquí los capítulos de esta semana. Espero que les este gustando y saben que amaré sus comentarios.
¿ Qué piensan de que esta gran casualidad entre Debrain y Jackeline?
Besitos, Kya..
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¿Cómo Ella? ¡Ninguna!
ChickLitJaqueline Villegas se convirtió en madre a los 16 años por culpa de la inexperiencia y los tabúes de sus padres que nunca hablaron con ella del tema. Como era de suponer, el jovenzuelo que la embarazó, se esfumó del mapa dejándola con el gran proble...