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Para Leo Sandy los días pasaban sin ningún avance

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Para Leo Sandy los días pasaban sin ningún avance. No había hablado con Ender en días, ya porque o no se encontraban o cuando lo hacían, el pelinegro parecía estar en otro mundo. No contestaba, ni siquiera asentía. Esa mañana, lo vio en su casillero, y se acercó para hablarle.

- Oh mi gran amigo. ¿Cuáles son tus planes para este gran día? - chocó su hombro contra otro casillero, mientras su amigo tenía la cabeza metida en el suyo.

La única respuesta fue un gruñido. - Eh.

- Ah, entiendo. Mucho que hacer, ¿eh? Así están las cosas, somos personas ocupadas. Qué esperarías de los dos sujetos más cool de la escuela. - Leo cometió el error de tomar con una mano por el hombro a su amigo, quien entonces en un brusco movimiento se reincorporó. Cerró la puerta de su casillero lentamente.

- No digas eso. - Tenía los ojos cerrados fuertemente. Leo lo conocía bastante para saber que no era el chico más expresivo del mundo, pero esa mueca era suficiente para darle a entender que esa frase le dio más asco e incomodidad que gracia.

- Vamos, ¿no me extrañaste? - Leo no se detuvo a esperar una respuesta. Ender sólo abrió los ojos y volteó a mirarlo. - Sólo quería contarte mis planes para el día de hoy. Conocí a alguien que puede interesarte mu...

Ender dio media vuelta y se dispuso a caminar.

En la breve discusión personal que Leo tuvo en su cabeza sopesó las posibilidades de perseguirle, contarle sobre la chica de las botas amarillas, de cómo reaccionaría y qué pensaría. ¿Pero cuánto más lo perseguiría para recibir ninguna respuesta? Hablar con él cada día se parecía más a hablar con una pared.

En dos segundos decidió dejarlo ir. Tal vez tendría una segunda oportunidad al final del día, en la clase de la banda. "Era un regalo tener una conversación conmigo" pensó en sus adentros antes de alejarse del lugar.

Se dispuso a hacer su día. En dos materias distintas le devolvieron sus trabajos entregados la semana pasada, con dos enormes 'A+'. Las personas alrededor (que con suerte habrían entendido el título de cada trabajo) lo miraban con envidia. De esto, Leo ya estaba acostumbrado. Había pasado durante toda la primaria, la preparatoria, y ahora en la secundaria. Era su primer año y ya demostraba ser lo mejor que alguna vez había pisado esa escuela, probablemente.

Durante el almuerzo, se alejó de los típicos populares que no tenían más de dos neuronas para entender que a él no le afectaban sus cariñosos adjetivos; en cambio se sentó en una mesa llena de los estudiosos, chicos que no habían visto una cara bonita en años. Era fácil hablar con esa gente porque no tenían habilidades sociales como para responder, contradecirle o echarlo. Cuando la última chica con gafas se levantó con su bandeja (aún sin terminar), Leo se dispuso a ver las notificaciones de su Instagram. Su última fotografía posando con su nuevo Stentor violín había visto mucha actividad, pero hostil en su mayoría.

Rapsodia Ⓩ ZODÍACODonde viven las historias. Descúbrelo ahora