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No podía dejar de mirarla

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No podía dejar de mirarla. Cualquier persona que viera su escritorio pensaría que está loco. En verdad, cualquier persona que viera su habitación lo pensaría. Lo sabría. No había reparado en el hecho de que no podría nunca llevar a una chica ahí si el lugar parecía una escena del crimen, pues se había acostumbrado demasiado a que Giovanna siempre lo invitara a su casa. Pero la relación con la chica ya no era muy estrecha desde que comenzó a darse cuenta que algo no andaba bien. Probablemente, no a darse cuenta, sino a decir algo al respecto. Viggo odiaba tener que pasar por eso, tener que soportar las miradas de lástima de la chica cuando intentaba hablarle del tema. ¿No podía notar que no era algo que quería? Sin embargo, no podía esperar de la chica que sólo existiera para las cosas que Viggo quería. Era horrible. Él, su forma de ser, su forma de tratarla. Probablemente ni siquiera merecía esa amistas; pero era más fácil evitar esa mirada y criticarla, decirle que no se metiera en asuntos ajenos y seguir con su camino. Poco podría aceptar de lo que realmente le pasaba con alguien como ella.

Por otro lado, sabía que había alguien que era todo lo contrario a él, y que por esa misma razón le generaba algo así como rechazo. No era capaz de acercársele, porque la historia de tener que ser familia, de la unión y de tener una hermana de un día para el otro, no le gustaba para nada. Pero sabía que Cora era básicamente su antítesis, y que si había alguien que no se cerraba en sus propios problemas, sus emociones y sus miedos, era ella. 

Por eso, veía con atención la hebilla en su escritorio, el cartel con su imagen al lado, que allí había dejado desde aquel primer día. Parecía un psicópata, pero no sabía cómo acercarse. Sabía la clase de personas con las que estaba creando amistades, y no era una buena señal. En parte, había esperado que alguien más en el club la hubiera buscado, y alguien más tuviera la responsabilidad de ayudarla. Hubiera esperado que encontrara gente de buen corazón, que le ayuden a adaptarse, a prepararse para lo que se le venía. Lamentablemente eso no había salido así y Viggo no podía evitar la culpa que sentía. Se sentía asqueado de sí mismo, sabiendo lo que la chica podía pasar, algo que no merecía, y aún así quedarse de brazos cruzados, sin ayudarla. Ahora, también sabía que algo de aquella niña que primero había llegado a su casa y soñaba con una familia unida, que siempre le saludaba con una sonrisa aunque Viggo siempre le respondiera de mala manera; quien no había tardado mucho en llamar a su padrastro "papá" y quien parecía nunca haberse enterado de todo lo que Viggo era, y todo lo que se decía de él.

Bufó y tomó la hebilla. Decidido, se dirigió a la puerta de su habitación. Era un inútil para estas cosas. Por eso nunca hacía nada, pero su subconsciente se lo recriminaría de igual manera, pase lo que pase, y ya no podía quedar peor de lo que estaba. 

Así que golpeó una vez, dos veces con los nudillos en la otra puerta del pasillo, y una voz femenina le respondió en un chillido:

- ¡Sí! ¡Pasa!

Viggo abrió la puerta sin dudarlo mucho. Primero vió a Cora sentada en su cama, libro de alguna materia sobre sus piernas cruzadas, una sonrisa leve en su rostro como saludo hasta que lo vió, y más específicamente vió lo que Viggo llevaba en la mano, en alto, mostrando como una sentencia lo que había encontrado. 

Rapsodia Ⓩ ZODÍACODonde viven las historias. Descúbrelo ahora