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Viggo bajó las escaleras apresuradamente, yendo directo hacia el vestidor de la entrada y tomando su chaqueta para ponérsela, sin prestar una sola mirada al comedor o a la oficina enfrente

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Viggo bajó las escaleras apresuradamente, yendo directo hacia el vestidor de la entrada y tomando su chaqueta para ponérsela, sin prestar una sola mirada al comedor o a la oficina enfrente.

- ¿Te vas? La cena ya casi está lista.

Por supuesto, alguien tenía que detenerlo en su salida. Viggo reprimió un suspiro, cerrando los ojos mientras se colocaba su abrigo. Había logrado pasar por su padre y por la mujer que ahora vivía en su casa. Pero claramente había alguien mucho más pendiente y que aún no captaba el mensaje de "no hablar". No sabía si Cora era increíblemente testaruda, o sólo no escuchaba las tantas veces que Viggo la alejaba.

- No guarden un plato para mí.

Eso tendría que ser suficiente para que la chica entendiera que no iba a estar presente para la cena, o por el resto de la noche, por lo menos. Cuando giró hacia el armario para recoger unas llaves, vio a Cora con las manos en la barandilla de la escalera y el mentón apoyado sobre sus nudillos. Tenía un delantal floreado atado a la cintura. Venía de la cocina.

- ¿Vas a ir a esa fiesta de la que hablaron en la escuela? - preguntó, sin quitarle la vista de encima. Viggo no respondió, intentando transmitirle el mensaje de que iba a ignorarla, pero Cora no parecía tenerlo en consideración. La chica observó cómo tomaba las llaves en el primer cajón, las que pertenecían al auto del padre, que no tenía permitido utilizar. - ¿Puedo ir contigo?

- No.

- ¿Por qué no?

Viggo no respondió, mirándole por primera vez a los ojos solo para darle una mirada significativa, mostrando las llaves en una mano.

Alzó las cejas en un desafío silencioso, pero Cora no dijo nada. Sólo levantó una mano y fingió que cerraba su boca con su dedo índice y pulgar. Sonrió ligeramente cuando Viggo asintió apenas una vez, y volvió a su posición inicial mientras observaba al chico salir de la puerta principal, esperando que sus padres no escucharan el motor del coche encendiéndose.

Viggo no era un fanático de sus modos, pero era sábado, el día en el que su padre no trabajaba y por ende no usaba su coche. Viggo había perdido su permiso de conducir hacía mucho tiempo, pero se daba el lujo de conducirlo cuando el momento lo ameritaba, como aquella ocasión, que salía horas después de que el sol había desaparecido y la noche era oscura.

Subió al coche y lo encendió. Sintió un golpe de culpa en su pecho, como siempre le pasaba. En el momento, no podía evitar tratarle mal, tan despectivamente, era un odio instantáneo al verla, pero que no duraba más allá de esos encuentros y que justo después se encontraba a sí mismo arrepentido, verdaderamente apenado por odiarla tanto. Era recurrente para él pensar en su cada palabra y movimiento y cuestionárselo, pero esto era peor cuando sabía que su comportamiento para con Cora era gratuito y sin sentido.

Sacudió la cabeza, de todas formas, y se convenció de no pensar en ello. No era el momento de martirizarse ni profundizar en sentimientos. Estaba camino a una fiesta e iba a pasarlo como hacía los últimos meses: en silencio y en una esquina, esperando que se presentara la oportunidad de una verdadera distracción.

Rapsodia Ⓩ ZODÍACODonde viven las historias. Descúbrelo ahora