Capítulo Seis

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Viernes por la mañana. Como odio levantarme este día, ¿Por qué no hicieron que de viernes a domingo sea descanso y los otros cuatro, día de semana? ¿Qué les costaba? ¿Acaso no entendían lo difícil que es levantarnos los viernes? Y los otros días también pero eso no viene al caso.

Me encontraba echada en mi cama, mirando unos circulitos de colores en el techo que se reflejaban por una bolita del suelo que estaba llena de pequeños cristales que reflejaban la luz. Entre las cortinas, se metía una línea brillante que se extendía por mi cuarto, hoy era un día soleado y me daba más ganas de quedarme en casa. Mi alarma había sonado hace un par de minutos pero no quería moverme y menos entrar a la ducha, tenía una flojera enorme y Reed no ayudaba.

—Si no quieres ir, quédate —me habló—. Pero apaga la maldita alarma.

Si, no la había apagado, ni eso podía hacer, sentía que estaba pegada a las sábanas y estas estaban frescas, lo que lo hacía peor.

—Sienna, por favor —me rogó—. Apágala...

—Cállate... —dije con las justas.

—Pero solo estírate para apagarla...

Cerré los ojos y la alarma se apagó, pero sé que volvería a sonar en unos minutos. Sentí mis ojos pegados y lentamente me quedé dormida de nuevo.

Veía a Reed, no sé porque últimamente estoy soñando con Reed. Era algo que me irritaba, lo veía en momentos que no quería verlo porque me quería relajar.

Por ejemplo ahora.

Él estaba ahí y no solo él, los dos.

Nos encontrábamos en una hermosa playa de arena blanca, estábamos tirados en ella mirándonos como siempre lo hacíamos, la brisa chocaba contra nuestros cuerpos, sentía como hacía volar mi pelo, cayéndole a él en el rostro.

Su rostro, se veía tan feliz, tan tranquilo, tan perfecto... estaba a punto de decirme algo, pero esa tranquilidad, ese lindo momento se fue en menos de un segundo.

Su rostro cambió, el ambiente cambió, todo cambió.

De estar en la playa me encontraba en un cuarto, un cuarto gris muy iluminado y casi pesado de ver. Reed estaba ahí, parado en un polo oscuro ancho y largo, era el mismo con el que lo encontré en la carretera.

Me extendía la mano y me apresuraba para que la agarrara, no entendía lo que pasaba pero estiré mi mano y cuando estuvimos a punto de tocar nuestros dedos algo nos jaló.

Nos movimos tan rápido que mi pelo voló frente a mi rostro, traté de quitármelo pero no podía, moví mi cabeza para sacarlo de mi vista y vi hacia abajo.

Estaba amarrada.

Tenía cadenas en los brazos y en los pies, estaba amarrada a una silla de metal.

De repente alguien apareció frente a mí, una mujer vestida de blanco, con una bata, era una doctora, tenía una mascarilla y lentes de protección, me quito el pelo de la cara y metió algo en mi boca.

Una tela.

La metió tan profundo que sentí las arcadas cuando toco mi campanilla, me pusieron otra encima.

Me habían amordazado.

Unos gruñidos fuertes hicieron que girara a la derecha.

Era Reed.

Estaba igual que yo, encadenado y amordazado, se movía tratando de salir de la silla y gritaba pero no lograba entenderlo. Yo estaba tranquila pero verlo así me hacía entrar en pánico.

PRÓFUGOS [Parte 1 y Parte 2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora