Capítulo Veintisiete

711 20 9
                                    




Lunes por la tarde, anoche no había acabado de empacar así que luego de almorzar lo que trajo Jace me encontraba sentada en la cama con toda mi ropa tirada en ella, doblaba las prendas y las apachurraba en la maleta. Sí, dije que los vestidos eran más fáciles de llevar, pero creo que tengo unos cuantos de más. Y mientras que yo me desesperaba con mis cosas, Jace leía tranquilo en el sofá sexual, con las piernas estiradas y sin camisa, disfrutando del día.

Me estresaba que él esté tan tranquilo.

Le lancé unas bragas que cayeron sobre su libro, se rió y las agarró entre sus dedos antes de mirarme.

—¿Qué pasa, pequeña? —sonrió.

—¿Cómo estás tan tranquilo? —hice pucheros.

—Porqué estoy leyendo —sonrió agitándo el libro negro.

Hice una mueca.

—¿Quieres que te ayude? —levantó una ceja.

—No, no es eso —sonreí—, solo que tú estás ahí sentado sin hacer nada y yo aquí matándome para guardar mi ropa.

—Es que yo no tengo tanta ropa —se paró dejando su libro en el sofá.

Me estiró las bragas y se las quité cansada.

—Ahora vuelvo —besó mi sien antes de irse del cuarto.

Seguí empacando los vestidos, los polos y shorts, los tops, sujetadores y las bragas que tenía, la mayoría de ropa era de verano y un par de zapatillas, las botas de entrenamiento más los pantalones cargo y un par de tacones que había comprado. Aún me quedaba espacio así que metí el regalo de Sarah que aún no abría y las cosas de estética que compré con ella en Colorado, también entraron un par de sudaderas y otras cositas.

—Toma —escuché atrás mío y giré.

Jace entraba con una taza de café.

Sonreí cuando me la entregó, me observo tomar un sorbo y sabía delicioso.

—Mmh —sonreí relamiéndome los labios—, gracias.

—No quiero un gracias como agradecimiento —sonrió como un niño travieso.

Dejé la taza en la mesa de noche y agarré sus mejillas, atrayéndolo a mí para darle un suave beso que duró un par de segundos, tal vez cinco, hasta diez podría decir... es que sus besos son tan adictivos como él.

—Esa tampoco era la forma en que quería que me agradecieras —susurró emocionado sobre mis labios, reí.

Me dio un beso largo, me cargó caminando conmigo por el cuarto y me bajó frente al sofá tántrico sonriendo como niño pequeño, se estiró para dejar su libro en la cama y se acercó para hablarme.

—Tengo mucha hambre —se mordió el labio y mi corazón comenzó a latir con fuerza—. Siéntate en mi cara.

No solo mi corazón latía con fuerza, me había mojado tan rápido que no lo podía creer, asentí emocionada y él se quitó el polo que se había puesto por unos segundos, contento. Lo ví sentarse en la silla, apoyando su cabeza en la parte más pequeña y con las piernas en la más grande. Me bajé las bragas que tenían y subí un poco el polo, lo vi lamerse los labios y me jaló hasta él, pasó una de mis piernas sobre su cara, me arrodillo en el suelo y lo vi jadear al ver mi centro totalmente mojado.

—Qué delicia —habló cerca a mi humedad dándome cosquillas.

Estaba apoyada contra un pilar, agarrándome de él, sus manos bajaron mis caderas y sentí su lengua tocar mi zona más íntima.

PRÓFUGOS [Parte 1 y Parte 2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora