VII. Inesperado

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Timothée

Al culminar la cena, me acerqué a la oficina de Agnes, como me lo había pedido. Decir que estaba intrigado era poco. ¿Acaso habría leído mis pensamientos y conocía mi intención de traicionarla de cierta forma? A veces me sorprendían los superpoderes que le asignaba mi mente a esa mujer.

Los pasillos que me dirigían a su oficina se encontraban a oscuras y en un silencio sepulcral. Mientras caminaba, me imaginaba lo similar que podría ser a la entrada hacia el refugio de algún villano. El silencio, casi terrorífico, que se mantenía en el espacio me permitió oír un par de voces con total facilidad que claramente provenían de la oficina de Agnes.

―Y seguro quieres que te felicite por desacatar mis órdenes ―decía Agnes, sonaba burlona, pero también enojada, me preguntaba qué podría haberla hecho emplear ese tono de voz cuando solía mantenerse a raya de expresar cualquier emoción.

―Vamos, Ag, todo salió muy bien. Volvimos todos vivos y con información nueva ―decía una voz masculina en respuesta, parecía que la paciencia se le agotaba y rogaba en sus sílabas un gramo de entendimiento por parte de su interlocutora.

―Sí, apenas ―gruñó Agnes en respuesta.

―¡Ahora sabemos que podemos atacar! ¡Vamos, Ag, la cobardía no es lo tuyo! ―levantó la voz en una súplica la voz masculina.

―Si serás imbécil, Julián. Realizar un movimiento que pondría en riesgo a tanta gente no es tener agallas, es ser estúpido ―me quedé perplejo por un momento, ¿le importaba las bajas? Eso no me lo esperaba. Había mencionado el nombre de Julián, inferí que era con el que estaba conversando: el sargento Julián Miller, mano derecha de Agnes desde su ascenso al puesto y uno de los hombres más odiados por la Lucha Blanca.

―¡Te traje toda la maldita información! ―escuché como algo se rompía estrellándose contra el suelo y mis dudas sobre acercarme o no a la oficina se disiparon, me acerqué casi corriendo y sin pensarlo a esta, temiendo que Agnes estuviera en peligro o herida.

―¡Y una mierda, Julián, yo no te pedí ni una mierda! ―oí gritar a Agnes. Para ese entonces me encontraba ya bastante cerca a su puerta, solo tenía que tomar el pomo de la puerta y girarla.

―¿Qué te ha vuelto tan débil? Pensé que después de Cara... ―escuché la voz de Julián amenazante y no lo pensé más e irrumpí en la oficina. Agnes giró su mirada hacia mí inmediatamente, se podría decir que sus ojos desprendían fuego y confusión. Fue extraño verla expresar una emoción de una forma tan intensa después de percibirla como un ser sin sentimientos. Desvié mi mirada a Julián, estaba parado a unos metros de ella, apretando los puños a cada lado de su cuerpo y, en el suelo, un portaretratos de cristal hecho añicos con una foto de una Agnes sonriendo en el suelo. Sentí que había entrado a un ambiente privado, al cual, obviamente, no había sido invitado. En una de las repisas laterales habían algunas fotos más, vi a la chica del dibujo nuevamente y a otras personas que no reconocía, sus padres supuse y un muchacho a su lado. Fue raro ver fotos de ella en las que sonreía sinceramente, caí en cuenta de que nunca la había visto hacerlo, siempre era una sonrisa burlesca, una sonrisa irónica, una sonrisa desafiante, pero nunca una sonrisa feliz.

―¿Qué carajos haces acá? ―gruñó en voz baja Agnes tras dirigirse hacia mí, interrumpiendo mi escaneo del lugar.

―Pensé que... ―respondí en voz baja.

―¿Pensaste que estaba en peligro y viniste a ayudarme?, ¿tú? ―se burló―. Puedo defenderme sola. Despierta, ya no existen las princesas en apuro y tú estás lejos de ser un caballero al rescate ―sabía que tenía razón, pero no podía dejar de sentir que sus palabras me habían herido.

Entre el fuego y la guerra ▪︎ T. ChalametDonde viven las historias. Descúbrelo ahora