XXX. Incendio

65 4 4
                                    

Agnes

La noche era fría, pero no tanto como la mirada que recibí por parte de Timothée con sus últimas preguntas. Debía esperármelo, había sido ridículo de mi parte suponer que algo pudiese funcionar entre nosotros, ni amistad ni nada. Era consciente de que nos dividía algo inquebrantable: nuestra posición referente a lo necesario para ganar esta guerra.

Me apoyé en el árbol que se situaba al lado de la tienda. No era momentos de cursilerías ni de bobas emociones. Tenía objetivos claros: llegar a Providencia, volver a la unidad, gestionar la información, seguir en pie de guerra. ¿Cómo lo haría? Aún le daba vueltas a las posibilidades, teníamos las grabaciones, ¿qué seguía?, ¿usarlas para amenazar?, ¿hacerlas públicas de una vez por todas y así el pueblo del Norte se encargaría de destituir a sus propias autoridades?, ¿hacerlas llegar a instituciones intermediarias? Las posibilidades eran infinitas, las consecuencias también. Tendría que convocar a una junta, quizá requiriese más percepciones de la situación para tomar la mejor decisión.

A mi lado, Terrón descansaba, esperaba que Chalamet lo hiciera también. No era novedad para mí mantenerme despierta a la intemperie. Había empezado como un juego con Cara: escabullirnos para dormir en algún lugar bajo el cielo estrellado. Hoy era una obligación, pero no me pesaba, había pasado peores noches.

Me acosté en el césped como lo hacía cuando ella me acompañaba y dirigí mi mirada al cielo estrellado. La extrañaba, sobre todo cuando me sentía tan incomprendida. Quizá ella no me entendiera del todo en el pasado, pero siempre confiaba en que lo que hacía, lo hacía porque verdaderamente sentía que era lo mejor.

De pronto en el cielo, algo llamó mi atención interrumpiendo mis pensamientos. Ráfagas de luz pasaron por encima de mí y de pronto caían rápidamente a lo lejos. Me costó un par de segundos entender lo que pasaba. Me puse de pie de un salto con el corazón latiendo a mil por hora.

—¡Chalamet! ¡Chalamet, despierta! —grité mientras tomaba la mochila y trepaba sobre Terrón.

Un Chalamet adormilado y confundido salió de la tienda con los ojos entrecerrados.

—¿Qué...?

—Toma la bolsa de dormir. Deja la carpa. Nos vamos. Ya —ordené impacientemente esperando que se subiera a Terrón. Él abrió los ojos como platos y con rapidez hizo lo que le ordené, en un minuto estaba montado detrás de mí—. Vamos, Terrón —ordené dándole una palmadita en el cuello haciendo que este empezara a correr velozmente.

—¿Qué mierda es eso? —preguntó mi compañero, por fin notando el paisaje que se presentaba frente a nosotros.

—Están bombardeando Providencia. Maldita sea —mascullé ordenando con otra palmadita a Terrón que vaya más aprisa.

—¿Y nos estamos dirigiendo hacia allá?

—Necesitamos apoyar con la evacuación, llevarnos a los heridos. Salvar a los que podamos.

—Agnes, es suicida, solo lograrás que también ardamos.

—Si tienes alguna maldita objeción bájate y no estorbes —respondí más ruda de lo que planeaba.

—No. Si existe una posibilidad de salvar a alguien vale la pena el riesgo —resolvió. Asentí con la cabeza y no volví a dirigirle la palabra en un buen trecho.

No había notado lo cerca que estábamos del pueblo, pero la luz que emanaba de este nos daba una buena señalización de a dónde teníamos que llegar.

Cabalgamos en silencio por alrededor de dos horas. Podían notar como Chalamet estaba tenso a mis espaldas e intentaba, en medida de lo posible, no tener ningún tipo de contacto físico con mi cuerpo y claramente no deseaba tener comunicación conmigo.

Entre el fuego y la guerra ▪︎ T. ChalametDonde viven las historias. Descúbrelo ahora