I. Despertar

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Timothée

Desperté. Sentía que los párpados nunca me habían pesado tanto en la vida. No lograba abrirlos aunque me empecinara en hacerlo. ¿Qué había pasado? Lo último que recordaba era un pitido en mis oídos y, de pronto, un calor desgarrador atravesando mi cuerpo. ¿Dónde estaba? Intenté volver a abrir los ojos y lo logré apenas, la luz ingresando por mis pupilas me hicieron experimentar un dolor inesperado haciendo que los cierre inmediatamente e intente cubrirme.

No podía ver, así que al menos me centraría en escuchar: Un beep sonaba cada cierto tiempo a mi lado, supuse que era una máquina conectada a mi cuerpo registrando los latidos de mi corazón; y, en el fondo, dos voces intercambiaban palabras, no reconocía lo que decían, tampoco reconocía de quiénes provenían, pero pude percibir que eran dos mujeres intercambiando palabras calmadamente. Intenté afinar mi oído con el fin de obtener más información, sin embargo, en ese momento solo logré escuchar unos pasos acercándose a mí.


―Despertaste ―una de las voces susurró muy cerca de mí, sonaba aliviada. El sentir su aliento en mi piel me hizo percibir el dolor que sentía a lo largo de mi cuerpo lo cual hizo que mi corazón se acelerara y se viera reflejado en los beeps a mi lado―, temíamos que no lo hicieras. ―¿Temían? ¿Quiénes?, me preguntaba a mí mismo―. Debes tener muchas preguntas... quizá incluso sientas mucho dolor. Te pondré algo de morfina, para mañana estarás mejor y podremos conversar ―no, no quería dormir, lo que quería era respuestas. Intenté nuevamente abrir los ojos de forma desesperada, fracasando en el intento. Lo último que escuché fue la forma en la que manipuló algún objeto con un líquido en él y luego... oscuridad.

(...)

Abrí los ojos e inmediatamente sentí un hincón de dolor en estos, pero fui acostumbrándome a sentirlo y me obligué a mantenerlos abiertos. Mi deseo de obtener respuestas era más grande que el dolor. Observé un techo blanco sobre mí, con luces blancas en él, típica sala de hospital. ¿Dónde estaba? Al incorporarme, con mucho dolor, pude observar una vía conectada a mi brazo y un aparato en mi dedo medio de la mano izquierda, despegué ambos de mi cuerpo con fuerza.

Cuando me observé a mí mismo, vi que estaba usando una bata de hospital celeste, me encontraba descalzo y en la habitación no se veía nada más que las clásicas máquinas de hospital. Después de inspeccionar con la vista el espacio, me percaté que el dolor que se acumulaba en mi pecho iba en aumento, y, al llevar mis manos al lugar, pude notar que estaba vendado bajo la bata.

―Hola, cariño ―una mujer con una vestimenta de lo que parecía ser una doctora se adentró a la habitación. Su cabello estaba conformado de cabellos blancos que seguro el pasar del tiempo había ocasionado. Su voz era cálida y amable. Se quedó parada a mi lado observando la tableta que llevaba en las manos. Al menos no estaba en manos enemigas, o eso parecía.

―¿Do... dónde estoy? –de mí salió una voz ronca y baja, casi irreconocible, generándome un pequeño dolor en la garganta e impidiéndome, en una primera instancia, emitir una voz audible y firme, a la vez un dolor en el pecho se hacía presente con mayor intensidad al intentar incorporarme.

―Estamos en el ala médica del cuartel G-16, soy la doctora Antonieta Blythe y he estado a cargo de tu supervisión desde que te trajeron. Necesito hacerte unas preguntas.

Me costó procesar la información... ¿el cuartel G-16? ¿Cómo había terminado aquí? Mi labor correspondía al cuartel Z-8, a kilómetros de distancia. ¿Alguien me había traído tras el encuentro fallido? Aún con mil preguntas rondando dentro de mí, asentí con la cabeza a su petición, posando mi mano en el pecho adolorido.

―¿Sabes quién eres?

―Timothée Chalamet.

―¿Qué año es?

―2096

―¿Dónde naciste?

―En la Nación del Sur ―a medida que respondía, ella apuntaba en su tableta y asentía con la cabeza.

―Bien ―murmuró viéndome―. No parece haber confusión mental.

―Disculpa. ¿Cómo llegué hasta aquí? ―pregunté mientras ella se acercaba con una linterna y analizaba mis ojos.

―Oh, pues... ―pude ver cómo fruncía el ceño mientras se debatía entre brindarme o no la información solicitada―, la verdad es que no estoy segura, ya sabes, a nosotras no nos brindan más que la información necesaria ―supuse que se refería al personal médico y tenía razón, para ellas bastaba saber si alguien necesitaba o no su atención, intentaban que los problemas militares no las rozaran más de lo necesario.

―Gracias de todas formas ―diciendo esto intenté levantarme de la camilla en el que estaba. Tenía que salir de ahí, tenía que volver con los míos, tenía que saber qué les había pasado a ellos, si aún me necesitaban, si aún podía hacer algo para salvarlos. ¿Qué había pasado con Carl?, ¿y la Lucha Blanca?, ¿se habrían comunicado con ellos?

―Em ―carraspeó llamando mi atención―, no me has preguntado cuánto tiempo has estado en coma o si ya estás de alta... las preguntas habituales.

―Oh ―caí en cuenta de que ni siquiera sabía cómo salir de ese lugar, ¡ni siquiera tenía ropa para hacerlo!, y, peor aún, no sabía cómo llegar de este lugar a cualquier otro, tampoco quién me había traído hasta aquí, quién me había salvado. Me golpeé mentalmente por los rasgos impulsivos que me acompañaban incluso en momentos como estos―, lo siento.

―Descuida, ustedes los soldados son tan apresurados e impacientes ―me dijo mientras esbozaba una sonrisa cálida, haciéndome sentir en confianza con ella incluso sin conocerla―, has estado aquí 22 días. Aún no estás recuperado, necesitas volver cada tarde para inyectarte medicina y en unos días veremos cómo ha progresado tu herida. Tenemos que limpiarla y sacar los puntos en unos días más.

―¿Mi herida? ―instantáneamente me toque el pecho, me costaba acostumbrarme a la idea de que había una herida allí, aunque la sensación de incomodidad era insistente en mi cuerpo. Pero esta quedaba de lado cuando venían a mí preguntas más importantes como qué había pasado o cómo había llegado hasta acá.

―Sí, la comandante Evans le brindará información sobre su estancia y su labor ―al oír su apellido inmediatamente la sangre se agrupó en mi cabeza acompañada de una sensación de furia no común en mí, haciendo incluso que olvidara el dolor en el pecho y a la amable doctora que me estaba atendiendo. Apreté los puños y mordí mis mejillas internas en un intento de no arremeter contra los objetos del espacio en el que estaba. No podía creer que entre todos los lugares del mundo haya caído en la unidad de Evans, quizá ya no estaba tan a salvo como pensaba.

―Gracias ―musité apretando los labios y los puños a cada lado de mi cuerpo, mientras salía descalzo de la habitación, sabiendo que me encontraría a la mujer que tanto había odiado por años en carne y hueso, la culpable de que la guerra entre naciones Sur y Norte se haya alargado tanto, culpable de que yo esté realizando un servicio militar que no deseaba y, sobre todo, la culpable de la muerte de mi padre en tierras conflictivas.

Entre el fuego y la guerra ▪︎ T. ChalametDonde viven las historias. Descúbrelo ahora