XXV. Siniestro

104 8 6
                                    


Agnes se había puesto un traje amarillo sobre su habitual uniforme. Este era de un material flexible y se adaptaba a su cuerpo como una segunda piel. Constaba de un tanque a sus espaldas que se conectaba mediante una manguera interna a algo parecido a una máscara que podía poner en la parte inferior de su rostro en caso el ambiente la empujara a necesitarlo.

―Tengo un oxímetro ambiental, en cuanto me indique que ha bajado el nivel del oxígeno, usaré el tanque ―le explicó a Timothée, así como le explicó en qué parte de su cuerpo se encontraría la grabadora y cómo sacarla del traje.

Él la miraba prepararse desde su asiento, sentía el corazón latir con rapidez y un temor tan intenso que sentía que le obstruía la garganta. No dejaba de sorprenderle que le preocupara lo que le pasara a la mujer que hace unos meses repudiaba a un nivel desconocido ya para él. Quería mostrarse firme y que ella confiara en él, en que sucediera lo que sucediera, él sería un apoyo inquebrantable para lo que necesitara, pero temía que el miedo se le escurriera por los labios y lo mostraran como el chico débil que sentía que era.

―Estoy lista ―dijo ella cuando la IA señaló que era seguro salir del jet y que podía encaminarse al espacio determinado para el encuentro. Timothée únicamente asintió con la cabeza y se puso de pie.

―Que regreses bien, Agnes ―logró articular en voz baja.

―Esperemos que así sea ―respondió ella y cuando estaba a punto de dar los pasos que la dirigirían a la salida, Timothée se armó del valor que solo un sentimiento que no podía etiquetar lograría brindarle, tomó su brazo de forma delicada y la atrajo hacia su cuerpo, estampando sus labios suavemente sobre los de Agnes, quien no pareció sorprendida por su gesto.

―Por favor, regresa a mí ―susurró Timothée con los ojos cerrados, intentando que su accionar no se tomara como debilidad y que ella no leyera en sus ojos el temor que lo estaba invadiendo de pronto.

―Regresar a ti... ―murmuró Agnes en respuesta. Ubicó sus brazos alrededor del cuello del chico que estaba frente a ella percibiendo el frío de su piel e intuyendo el temor que lo recorría―. Abre los ojos ―susurró sobre sus labios. Él obedeció―, estaremos bien ―afirmó viéndolo fijamente a los ojos, sin querer prometer nada más, pero deseando poder hacerlo. Depositó un beso en su frente y caminó hacia la salida.

Estando ya fuera del jet, Agnes sintió el viento golpear contra su cuerpo, lo cual la ayudó a focalizarse en lo que vendría a continuación y empezó su caminata con dirección al lugar del encuentro. Mientras daba paso tras paso, pensaba lo diferente que se sentía saber que alguien la esperaba cuando toda esa pesadilla acabase.

Continuó caminando hasta encontrarse con una cabaña pequeña. Miró alrededor una vez más antes de ingresar a ese espacio: estaban en medio de un bosque, pero no era cualquier bosque, era uno que había sido alterado por químicos, no había vida animal en este y se esperaba que con el tiempo, los árboles pudiesen regular el nivel de oxígeno del lugar; el sol brillaba sobre ella tenuemente mientras las nubes parecían ansiosas por formar una lluvia. A medio kilómetro debía encontrarse el jet, aunque no podía verlo, sabía cómo llegar a él, y en él se encontraba Timothée, quien la acompañaba a través de un audífono y veía lo que la grabadora en su traje le mostraba.

Se acercó a la entrada, y, de forma protocolar, esta brilló con una luz blanca, señalando que era hora de pasar por el escáner. Si poseía alguna arma, choques de electricidad caerían sobre su piel e impedirían su paso, esto con el fin de proteger a las personas que asistiesen al encuentro.

―Agnes, preciosa, empezaba a angustiarme que no llegaras ―escuchó ni bien dio un paso dentro de la cabaña.

―¿Y perderme el gusto de dar un viajecito? No lo creo ―respondió con gracia girando para verlo frente a frente. Tuvo que ahogar una exclamación de asombro cuando la persona que estaba frente a ella había aumentado su tamaño considerablemente con respecto a la última vez que lo había visto.

Entre el fuego y la guerra ▪︎ T. ChalametDonde viven las historias. Descúbrelo ahora