XVII. Traición

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Timothée

Un escalofrío se impregnó en mi columna vertebral al llegar a entrenar y ver el recibimiento del sargento Muñoz, quien al notar mi llegada detuvo la cinta de correr sobre la que estaba con un semblante apenado y me señaló con pocas palabras que vaya a la oficina de Agnes. Al mirarlo confundido, solo se encogió de hombros como respuesta y añadió:

―Órdenes de la jefa, muchacho ―expresando una mueca de disgusto en el rostro, dándome a entender que él tampoco sabía la razón de mi llamado.

Mientras caminaba a la oficina de Agnes, pensaba sobre cómo me sentía realmente al respecto. Tras lo sucedido la noche anterior me imaginaba que ver a Agnes de por sí tendría una carga de nerviosismo para mí. ¿Qué le diría?, ¿la trataría como si no hubiera pasado nada entre nosotros?, peor aún, ¿me trataría ella como si todo lo que vivimos hubiera sido parte de nuestra imaginación?

"¿Qué esperabas?", me reprendía a mí mismo, "¿que llegaras y te dijera que había sido la mejor noche de su vida y que quería que esté en su vida solo porque la tuya lo había sido? Patrañas. Te estás comportando como un maldito adolescente".

¿Pero qué podía ser tan serio para que se diera así nuestro siguiente encuentro? La curiosidad hacía que mis nervios se convirtieran en sensaciones difícilmente tolerables. Tomé aire y tragué fuerte, rezando por no vomitar ahí mismo, antes de tocar la puerta al encontrarme frente a su oficina y me entregué a lo que el destino quisiese de mí.

―Pasa ―gritó desde adentro. Al abrir la puerta, la encontré de espaldas a mí, mirando la imagen que salía de un proyector en su escritorio. Esta imagen mostraba áreas geográficas de nuestro mundo actual, había zonas pintadas de amarillo, zonas rojas, verdes y azules. No pude analizar con detenimiento la imagen pues ella se giró sobre sus talones, atrayendo mi atención por completo.

―Buenos días... ―dudé entre llamarla nuevamente Agnes o comandante Evans, por lo que opté en no llamarla de ninguna forma en particular. Ella clavó sus ojos en mi rostro y sentí inmediatamente cómo mis mejillas se teñían de rojo. Quise esquivar su mirada, esconderme bajo una piedra, no volver a verla nunca más, pero me obligué a mantener mis ojos sobre los suyos. Su rostro no mostraba emoción alguna, si es que acaso sus ojos chispeaban de rato en rato algo parecido al enojo, pero no podía estar seguro de ello. Pude notar que mis nervios ahora eran acompañados por una curiosidad auténtica por lo que podría estar molestándola y si estaba ligado a mí.

―Chalamet ―murmuró expandiendo de pronto una sonrisa ladina en su rostro, dando lugar a la confusión en mi pecho y haciendo galopar mi corazón como si acabara de salir de una maratón. Se acercó a mí con pasos decididos y apoyó sus manos en mi pecho empujándome hasta una de las sillas, sentándose a horcajadas sobre mí y poniendo mis manos sobre sus muslos. Tragué saliva de forma audible e intenté calmar los casi audibles latidos de mi corazón sin éxito.

―No esperaba que me llamaras ―susurré al sentir sus labios contra la piel de mi cuello con la poca cordura que me quedaba al tenerla así de cerca e intentando frenéticamente recordar toda la curiosidad y preguntas que me embargaba hace un momento.
―Tu corazón... ―susurró en respuesta paseando su nariz por mi clavícula― es delator.

―Como el cuento ―respondí intentando conectar las palabras que mi cerebro generaba―. No sabía que te gustaba el terror.

―Hay muchas cosas de mí que no sabes, ¿cierto? ―murmuró en respuesta paseándose sobre mi cuello como una ligera pluma mientras sus dedos se enredaban en mi cabello con delicadeza.

―Cierto ―respondí aún desconcertado, pero sintiendo cómo la conexión entre mi mente y mi cuerpo se iba perdiendo casi por completo y me adentraba en el mundo de sensaciones de Agnes y por Agnes, inundado por su olor, por su tacto y su presencia.

Entre el fuego y la guerra ▪︎ T. ChalametDonde viven las historias. Descúbrelo ahora