XXIX. Contradicciones

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Timothée

—¿Qué fue lo que pasó ahí? —pregunté con real curiosidad cuando ya nos habíamos adentrado al bosque. Me interesaba saber cómo Agnes había llegado a ciertas conclusiones y decisiones. Me intrigaba todo el proceso mental que guardaba en silencio desde que habíamos partido.

—Lidia nos salvó —contestó algo cortante inquietándome aún más.

—No —respondí—, tú nos salvaste —afirmé, deseando poder ver su rostro, pero ella iba detrás de mí sujetándose de mi cuerpo mientras cabalgábamos y mi mirada iba hacia el frente. Solo podía imaginarme sus gestos por el sonido de su voz.

—Bueno —carraspeó—, no lo tenía resuelto hasta que ella decidió... dormirlo —noté su duda ante la última palabra.

—¿Qué crees que hizo que lo decidiera?

—Supongo que pensar que estaba embarazada —rió como si de un mal chiste se tratase, mientras una imagen de si ella realmente estándolo invadía mi mente, como si fuera posible un escenario como ese para... nosotros.

—¿Y ella... lo mató? —pregunté intentando despejar mis pensamientos, pero adentrándome erróneamente a un tema espinoso.

—No, fui yo —respondió casi con severidad y a la defensiva, podía imaginarme el por qué.

—¿Por qué? —consulté aún así con la voz más suave que pude, pues deseaba oírlo de ella. No quería que se sintiera cuestionada, pero algo dentro de mí necesitaba conocer sus razones, una parte de mí no se sentía cómodo desde que habíamos partido de esa maldita granja, qué va, desde que partimos de la unidad, y ya no podía ignorarlo.

—Estaba amenazándonos con un arma, Timothée. No podía dejar abierta la posibilidad a que te dañara —por su forma de hablar entendí que no quería seguir tocando el tema.

—Entiendo... —dejé pasar unos segundos—. Sabía que estaba en buenas manos —continué, intentando suavizar el ambiente tenso que había causado con mis preguntas y procurando, a la vez, calmar la creciente inquietud que revoloteaba en mi pecho.

—No podía fallarte —murmuró tan despacio detrás de mí que podría haberme creído que lo inventé.

—Gracias —murmuré en respuesta.

Con el silencio, la inquietud tomó forma y voz, con eso logré entender de dónde venía. Venía del antiguo yo, ese que tenía dudas, rencor y juzgaba a diestra y siniestra, quizá una parte de él aún habitaba en mí. Me pedía a gritos que lo escuchara, que acababa de presenciar cómo Agnes sí era la asesina que nos imaginábamos y que huyera de ahí. Intenté acallarlo con la leve imagen del futuro que se había plasmado tras sus palabras "pensó que estaba embarazada" y vinieron las imágenes que estaba evitando a mi cabeza: un futuro donde ambos podríamos formar algo... ¿una familia? Dios, ni siquiera éramos una pareja, menos que eso, no éramos amigos. ¿O sí? Ni siquiera lo podía indagar porque cada vez que lo comentaba, instauraba a su alrededor muros inalcanzables para mí.

Me sorprendía cómo pensamientos tan opuestos y anhelantes de posiciones contrarias podían habitar en mi mente a la vez.

—¿Qué piensas? —interrumpió ella.

—Nada —respondí inmediatamente como si hubiese podido leer mis pensamientos y me avergonzara de ellos.

—Mentiroso, acabas de sonrojarte —dijo riendo e hipnotizándome en el proceso, haciéndome olvidar la inquietud creciente en mi ser momentáneamente—. Ya, cuéntame.

—Bueno... —lo que usted ordene, señora—, pensaba en cómo sería si de verdad estuvieses embarazada o si llegaras a estarlo —respondí bajando cada vez más la voz, avergonzado, pero satisfecho de no mencionarle la parte de mí que deseaba huir que era la que más me conflictuaba.

Entre el fuego y la guerra ▪︎ T. ChalametDonde viven las historias. Descúbrelo ahora