VIII. Sinceridades

187 22 13
                                    

Agnes

Era la primera vez que sonreía para mí y no pude evitar notar lo atractivo que se veía al hacerlo, era como si su rostro se iluminara de pronto. Este chico había nacido para sonreír.

Me concentré en continuar limpiando su herida. Al rescatarlo cerca de las llamas no imaginaba que algo había impactado en su pecho. No podía dejar de pensar en qué hubiera pasado si el choque hubiera sido más fuerte... quizá los puntos se le hubieran abierto y hubiera tenido que volver al ala médica, ¿qué explicación hubiera dado al llegar?

―Mañana será sancionado ―solté de pronto refiriéndome a Julián. Normalmente era impulsivo, pero esta vez había cruzado la línea y las consecuencias las estaba pagando yo, estando acá con alguien que me causaba dolor y me odiaba... aunque esta situación no fuera del todo desagradable.

―Oh, no es necesario, no quiero causar problemas. No presentaré queja de todas formas.

―No es por ti, Chalamet. Las cosas necesitan un orden ―le expliqué intentando ser paciente. Él no tenía la culpa de que Julián hubiera sido un imbécil, ni de que su presencia hiciera brotar emociones con las que no lidiaba hace bastante tiempo.

―Vale ―murmuró él mientras continuaba mirándome fijamente como si intentara leer tras mi piel. ¿Qué pretendía? Agnes, deja de estar a la defensiva, solo te está mirando.

―Creo que ya está ―manifesté terminando de limpiar su herida y tomando las vendas nuevas entre mis manos.

―Esto ya lo puedo hacer yo ―me respondió mientras tomaba mis manos como si intentara detenerlas y dejando un rastro de calor donde su piel tenía contacto con la mía, como si reaccionara al sentirlo. Inmediatamente mi memoria sensorial me llevó a los sucesos de esa noche, recuerdo que visitaba constantemente desde su llegada.

 Inmediatamente mi memoria sensorial me llevó a los sucesos de esa noche, recuerdo que visitaba constantemente desde su llegada

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

El helicóptero sobrevolaba por encima de las llamas mientras una escalera colgaba de este. Una soldado me esperaba al pie de la escalera, mientras yo caminaba entre cadáveres de personas con las que debí haberme cruzado alguna vez. Cada vez que me acercaba uno tenía la esperanza de encontrarlo con vida, tomaba su pulso y la esperanza se desvanecía. Para ese entonces ya había llevado a uno con el pulso bajo al pie de la escalera para que lo subieran y atendieran, pero aún no encontraba a quien deseaba. Las llamas se iban expandiendo cada vez más y temía que nos terminaran encerrando y evitando nuestra salida. Me quedaban pocos minutos antes de tener que abandonar el lugar. La desesperación empezaba a golpear mi pecho fuertemente.

Debía encontrarlo》, me repetía.

De pronto en las ramas de un árbol lo vi atado. Lo reconocí fácilmente: cabellera ondulada, delgado, alto. Trepé para poder bajarlo. Sus ojos estaban cerrados.

《Por favor que no esté muerto》, me repetía.

Probablemente habría sentido que iba a perder la consciencia y se amarró allí esperando que las llamas no lo alcanzaran, pero estas se acercaban cada vez más y más en altura. Me senté en la rama y lo primero que hice fue tomar sus manos entre las mías y buscar su pulso. Su piel estaba cálida, esa era una buena señal.

Entre el fuego y la guerra ▪︎ T. ChalametDonde viven las historias. Descúbrelo ahora