XXXVII. Nuevo enemigo

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Timothée

Lo primero que hice fue reírme, ¿cómo no lo haría? La idea de ponerme a mí como sargento era descabellada. No tenía lo que se necesitaba, ni siquiera sabía cuál era mi posición sobre la guerra justo ahora. Ante los ojos serios de Agnes, me tocó callarme y tomarme en serio sus palabras.

—¿Qué? —pregunté aún incrédulo.

—¿Se te ocurre otra opción?

Me quedé unos segundos pensando, la verdad es que había estado tan centrado pensando en el bienestar de Agnes que no había logrado dedicar ni un pensamiento a lo que vendría después. Quizá a eso se refería ella al mencionar que el amor era un talón de Aquiles.

—Yo... no lo sé, no lo he pensado —admití.

—Lo sé —afirmó ella—. Yo no lo he pensado tanto como quisiera, pero es a lo que pude concluir. Lo más seguro es que aún tenga que presentar la idea frente al Consejo, no sé qué hayan ideado por su parte.

—Eso... ¿eso calmaría las cosas para ti?

—¿A qué te refieres?

—Agnes, no quiero ser una carga para ti. Sé que... las personas que te importan... —por alguna razón me costaba decir en voz alta lo que pensaba que ella sentía por mí y afirmarlo así sin más era imposible.

—Sabes que me preocupo por ti —concluyó ella, con una cálida sonrisa en el rostro mientras apretaba mis manos trayendo consigo una sensación de seguridad.

—Sí —murmuré— y no quiero volverme el centro de tus preocupaciones, quiero poder defenderme, cuidarme por mi cuenta y no ser una carga para ti.

—Entonces sí, eso me facilitaría las cosas.

—Entonces no hay mucho que pensar, aceptaré lo que decidas.

—Gracias por confiar en mí —murmuró acariciando mi rostro con una de sus manos.

—Gracias por dejar que sea recíproco —respondí y acerqué su rostro al mío para besarla.

En cuanto tocaron la puerta, inmediatamente me senté correctamente tomando distancia de ella. Ella sonrió cómica al verme reaccionar y depositó un beso en mi frente antes de levantarse, lo cual me pareció tan tierno que acaloró mis mejillas.

—Adelante —anunció.

La puerta se abrió dejando ver a un Sebastian con apariencia seria.

—Comandante, la solicitan en el salón de conferencia.

—Gracias, Sebastian —respondió ella—. Con permiso.

Y así, desapareció momentáneamente de mi vista. No tomó muchos segundos para que Sebastian cambiara la expresión en su rostro a una sonrisa y me extendiera los brazos, a los cuales respondí rápidamente. Tras un abrazo afectuoso, se sentó a mi lado.

—Dicen muchas cosas por ahí, sobre ti, sobre ella, sobre todo lo que está pasando. No sé qué tanto creer de todo eso. ¿Estás encerrado por algo bueno o malo? —preguntó con una mirada sospechosa sobre mí.

—Ojalá sea por algo bueno, pero la verdad es que no lo sé. Es decir, no estoy seguro.

—Uhm, si mis fuentes y deducción son correctas, es por algo bueno. La salvaste, ¿no? Dos veces.

—¿Qué dicen tus fuentes? —decidí preguntar para evitar arriesgarme a contestar algo incorrecto o que revelara demasiada información.

—En el encuentro al que fueron y luego, también, cuando la Lucha Blanca intentó secuestrarla.

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⏰ Última actualización: Jan 23 ⏰

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Entre el fuego y la guerra ▪︎ T. ChalametDonde viven las historias. Descúbrelo ahora