XII. Cercanía

184 16 18
                                    

Agnes

(El siguiente capítulo contiene escenas +18)

Él parecía incómodo cuando se acercó a mí y mientras caminábamos hacia la pista de baile. Sus hombros encorvados y su mirada de un lado a otro me señalaban lo nervioso que podría estar sintiéndose. Era curioso cómo en momentos podía parecer tan tímido y otros, tan expresivo y seguro de sí mismo.

―Eso fue infantil ―dijo por fin enfocando su mirada en mí, murmurando y girando los ojos―, lo siento.

―Oh, vamos, Chalamet, deja las disculpas y disfruta ―respondí jalándolo hacia mí mientras sujetaba sus manos en un intento de hacerlo sentir en confianza. Empecé a mover mi cuerpo al ritmo de la música, lo cual hizo que él negara con la cabeza sonriendo levemente y se uniera a mi baile.

No podía evitar sentirme extraña bailando con él, por una parte, se sentía sumamente natural y, por la otra, resultaba totalmente extraño hacerlo con alguien que sabía que me deseaba muerta.

De pronto era como si el ambiente hubiese cambiado, las personas a nuestro alrededor habían desaparecido y solo éramos ambos integrando nuestros movimientos como si pudiésemos leer nuestras mentes. Su cuerpo en movimiento eran todo lo que percibía en ese momento en conjunto con la música. Por unos segundos, me dejé embriagar por la sensación que me generaba su compañía y la euforia que sentía dentro de mí, posiblemente a causa del alcohol.

―Te ves muy bien bailando y disfrutando, es una escena que no hubiera imaginado ni en sueños ―susurró muy cerca de mí de improviso rompiendo la burbuja y dejándome helada.

―Tú te ves muy bien intentado no odiarme ―respondí a la defensiva mientras me ponía de puntas para alcanzar su oído y continuábamos bailando. En ese momento ubicó sus manos en mi cintura y respondió riendo contra mi cabello. La combinación entre el sonido de su risa, su aliento con un olor leve a alcohol rozando mi mejilla y sus manos rodeándome hizo que me estremeciera. Seguro lo notó porque apretó levemente mi cintura con una de sus manos, mientras su sonrisa se extendía.

―No te odié, nunca lo hice... ―frunció el ceño aún sonriendo―, bueno, quizá un poquito ―admitió mientras tomaba una de mis manos y me hacía girar sobre mi eje, dejándome de espaldas a él y pegando mi cuerpo al suyo. ¿Qué pretendía hacer?―, pero ya no, no puedo odiarte si veo tantas emociones en ti, no eres quien pensaba que eras ―susurró en mi oído.

―¿Qué sientes ahora? ―pregunté, aunque sabía que no debía. Mi intuición decía que me adentraba a la boca del lobo, pero no podía frenar mi camino hacia mi propia destrucción cuando mis sentidos estaban tan embelesados. Sentía su respiración en mi cuello, mientras percibía como iba bajando sus manos hacia mis caderas y me apegaba, como si eso fuera posible, aún más a él, y continuábamos moviéndonos al ritmo de la música.

―No estoy seguro de que quieras saberlo ―murmuró contra la piel de mi cuello.

―Pruébame ―contrataqué.

―Muchas contradicciones―susurró nuevamente contra mi piel. ¿Desde cuándo Chalamet era un seductor? ¿Desde cuándo yo era fácil de seducir? Normalmente los papeles eran invertidos, yo seducía a quien quisiera y él (o ella) caía ante mí. Esta situación debía revertirse ya, por lo que me pegué a su cuerpo, mientras apretaba sus manos contra mis caderas para luego darme la vuelta y mirarlo de frente.

―Sigues sin ser material... interesante ―le dije levantando las cejas e intentando disimular lo agitada que me sentía en ese momento―. Iré a beber algo, por si no te importa ―sonreí y me alejé de él sin que la canción hubiese dado a su fin. Era lo más cuerdo que podía hacer en ese momento. Me había tomado por sorpresa lo fácil que le había sido pasar de la timidez a lo espontáneo en cuestión de minutos, y lo fácil que se lo había dejado.

Entre el fuego y la guerra ▪︎ T. ChalametDonde viven las historias. Descúbrelo ahora