XXI. Reuniones

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Timothée


Me había pasado las siguientes horas buscando a Agnes con la mirada. Incluso me acerqué a su oficina con la excusa del encuentro al que debíamos asistir sin éxito: no estaba en ella, nadie me atendió. Tampoco Antonieta sabía sobre su paradero exacto o en qué actividad estaría, solo se había encogido de hombros ante mis preguntas. Al anochecer, entendí que era probable que me estuviese evitando, pues lo normal era cruzarme con ella varias veces al día, así que dejé de buscarla y decidí respetar su espacio.

Esta noche me tocaba realizar guardia con Julián y Sebastian. Tomé un abrigo pues la temperatura había bajado en los últimos días y me presenté a mi turno, pero no llegaba nadie. No me impacienté y tomé asiento en una de las colchonetas del suelo de la torre, la forma en la que había sido diseñada esta permitía tener una vista de todo lo que rodeaba al complejo y, a la vez, del cielo estrellado sobre nosotros con la luna llena iluminando la noche. Tomé un respiro y solo me dediqué a sentir lo agradable de la vista.

―Perdón por la tardanza ―anunció Julián al llegar y tomar asiento frente a mí―. Esta noche seremos solo los dos, Sebas parece haber atrapado una gripe ―asentí con la cabeza sin saber qué más decir. Me sentía cómodo en el silencio que nos envolvía y el paisaje que nos acompañaba, era como si de pronto toda la emocionalidad del día se hubiera silenciado.

―¿Han habido ataques en otras unidades? ―pregunté sin embargo, rompiendo el silencio al ver cómo Julián observaba el cielo con el ceño fruncido tras tomar asiento frente a mí, como si algo estuviera pesándole.

―Afortunadamente, no ―respondió centrando su atención en mí y tras eso, se mantuvo en silencio mientras sus dedos se movían entre ellos―. Chalamet...

―¿Qué sucede? ―mi tranquilidad se había obstaculizado en un abrir y cerrar de ojos con la intriga causada por la forma en la que había dicho mi apellido: tan despacio como si dudara en hacerlo y no quisiese que las sílabas que salían de sus labios llegasen a chocar con la realidad, agregado a los pequeños gestos de nervios con su llegada.

―No sé bien cómo abordar esto ―admitió soltando un respiro y me puse en guardia mentalmente―, verás, Agnes significa mucho para mí ―oh, ¿entonces era eso?, ¿se había enterado de lo que había sucedido con ella y quería reclamármelo? Sentí inmediatamente como la sangre huía de mis mejillas y se acumulaba en mi corazón, haciendo que este latiera sumamente rápido.

―Lo sé, se nota ―respondí intentando aparentar serenidad mientras mi corazón parecía traicionarme y seguía golpeando insistente contra mis costillas a tal punto en el que temía que él escuchara su palpitar y percibiera mi nerviosismo.

―Siento que... ―tomo aire― puedo confiar en ti, después de nuestro encuentro pasado y tu silencio ―dijo esbozando una mueca y mirando al suelo, como si se avergonzara de lo que sucedió y supe inmediatamente a qué se refería.

―Solo dime ―continué, queriendo que acabara el martirio ya.

―Sé que tú y Agnes han tenido un acercamiento... ―para ese entonces ya ni temía que escuchara mi corazón, porque parecía que este incrementaba, como si fuera posible, su palpitar―, y pues... iré al grano... ¿Han discutido últimamente? ―me tomó unos segundos asimilar su pregunta. Solté el aire y mi corazón pareció calmarse.

―Oh, bueno, sí ―fruncí el ceño sin saber aún si eso se llamaba una discusión.

―Solo... no sé qué tan duro has sido con ella y...

―Lo fui ―interrumpí. Negar mi actuar nunca había sido algo que me representara y no iba a empezar a serlo―, ella se abrió y yo fui un imbécil, me dejé llevar por mis emociones. El tema de mi padre nunca ha sido sencillo ―expliqué como si eso justificara mi actuar, aún sabiendo que no lo hacía en absoluto.

Entre el fuego y la guerra ▪︎ T. ChalametDonde viven las historias. Descúbrelo ahora