Timothée
―¡No puedo creer que acompañaste a Agnes a su habitación! ―gritó emocionado Carl a mi lado la tarde del domingo, haciéndome sonrojar mientras fruncía el ceño en su dirección y negaba con la cabeza. Me sentía algo avergonzado por la forma en la que lo decía, como si yo hubiera intentado aprovecharme de la situación o algo así.
―Tenía que asegurarme que no entrara a su oficina ni merodee por ahí ―expliqué, y era cierto, pero no podía ignorar también que, en ese estado, solo deseaba seguir disfrutando de su compañía, así como no podía seguir negándome las ganas inmensas que me embargaban de conocer más de ella y desentrañar uno a uno sus pensamientos.
―Ajá ―dijo mirándome con una sonrisa indicándome que no me creía en absoluto. Le tiré una almohada, pero no dejó de reír.
Me alegraba verlo feliz, incluso si era a costa mía. Había omitido en mi narración la sensación que había causado en mi piel el tener contacto con Agnes, lo honesto que fui al decirle que ya no la detestaba tanto y todo lo que había surgido con ello, pero parecía que Carl podía leer mi mente con solo mirarme y se reía de lo irónico del asunto. Yo también me reiría de mí mismo, si no estuviera tan intrigado por los giros emocionales que sentía que estaba enfrentando.
―Bueno ―mascullé rodando los ojos e intentando cambiar de tema―, dime que conseguiste cambiar la frecuencia radial.
―Me duele tu duda ―respondió mostrándome los objetos que traía en su mochila y tirándolos sobre mi cama, sonriendo cual niño mostrando un tesoro.
―¿Crees que podamos armarla?
―¿Bromeas? Ya la armé ―arqueé una ceja al oírlo y ver las piezas dispersas―, todo está conectado ―explicó como si dijera algo obvio, señalando el cable que unía las piezas.
―Vale... ―murmuré sin estar seguro de que funcionara.
―Si funciona ―repitió girando los ojos, adivinando mis dudas―. La usé en la madrugada, pude hablar con Darlene ―abrí los ojos sorprendido.
―¿Y esperaste hasta ahora para decirlo? ―pregunté exaltado sacudiéndolo por los hombros. Él rió nuevamente.
―Iba a ser una sorpresa ―lo miré expectante―, Darlene está en comunicación con la Nación del Norte, dijo que tenemos un rehén suyo acá ―susurró acercándose a mí con el fin de que lo escuchara. Fruncí el ceño, ¿se habría referido a Antón? No tuve oportunidad de comentarle a Carl que lo vi ni lo que hablé con él, además de que no estaba seguro de hacerlo, algo me gritaba internamente que me guardara esa información.
―¿Y eso de qué nos sirve? ―inquirí.
―Podemos negociar información.
―¿Así como la última vez que negociamos información y nos mandaron un aparato alterado? ―respondí negando con la cabeza y haciendo comillas en la palabra negociamos, haciendo referencia al ataque que sufrimos en el que solo sobrevivimos los dos, mientras sentía como un nudo se iba armando en mi pecho, al igual que cada vez que recordaba ese fatídico día―. Es una mierda, Carl, ya no podemos confiar en nadie, solo en nosotros mismos ―añadí tomando sus manos y mirando sus profundos ojos que empezaban a opacarse y habían perdido el brillo del humor de hace unos minutos.
―Tienes razón, pero no podemos quedarnos de brazos cruzados ―murmuró casi con desespero.
―Por ahora creo que podemos pedir actualizaciones de la Lucha Blanca, su agenda, qué información han recabado, esas cosas. Incluso quizá sepan cómo fue que nos traicionaron ―me paré y empecé a caminar de lado a lado.
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Entre el fuego y la guerra ▪︎ T. Chalamet
FanfictionEn un mundo que vive en una guerra constante, ella comanda una de las más grandes fuerzas y busca encaminar a su Nación a la victoria absoluta. Él, por su parte, solo busca detener el innecesario derramamiento de sangre y encontrar paz para toda la...