XXVI. Salvarla

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Salió corriendo tras haber tomado la mochila. Al dejar el jet detrás, un escenario anaranjado parecía recibirlo con colores vívidos y un calor arrollador. Árboles caídos y en llamas le daban la bienvenida, pero no se quedó mucho tiempo a observar el paisaje, se sumió en una carrera con el tiempo con el fin de llegar a Agnes.

Su mente parecía funcionar en automático y su cuerpo reaccionaba por instinto. Él podría jurar que nunca había sido tan veloz ni ágil para sortear obstáculos, pero mientras lo hacía, se encontraba con una destreza desconocida para él. En su mente se repetía las indicaciones que le había brindado Julián y una voz no dejaba de decir «Tienes que salvarla».

Al llegar a la cabaña y visualizar el estado de esta, la voz que antes le incitaba a salvar a Agnes de pronto cambió de discurso: «No podrás hacerlo». Dio un escaneo rápido de la situación con la mirada: a un lado de la entrada vio al que Agnes llamó Maurice, inhumanamente grande e inconsciente, no parecía estar herido, pero no se acercó a constatarlo en su totalidad. Notó que no faltaba mucho para que las llamas acabaran con él.

Desesperadamente, tiró la mochila sobre el suelo buscando en esta algo que le permitiera aumentar las probabilidades de salir con vida de ahí con Agnes. Encontró un pedazo de tela, que probablemente estaba para ser usada en noches frías, y la empapó en agua. Mojó su cabeza y se adentró a la cabaña. La entrada de esta estaba atravesada por trozos de madera que habían caído del techo, pero pudo sortearlos para ingresar.

—Agnes —gritó con desesperación, esperando que su voz pudiese volverla a la conciencia y que le diera una señal de dónde estaba entre tanto humo.

Tosiendo cada 2 segundos, con la vista nublada por el humo y escuchando cómo las bombas seguían cayendo del cielo fuera de la cabaña logró hacerse paso hacia el interior de la cabaña.

—Maldita sea, ¡Agnes! —grito al verla, lejos de sentir alivio, el terror invadió su cuerpo al verla tan quieta en el suelo.

Se acercó y se arrodilló a su lado. No era momento para que las emociones lo paralizaran. Al acercarse notó que una tabla de madera había caído sobre sus piernas. En ese momento, deseó tener mayor masa muscular. Tras muchos intentos logró levantar la tabla y levantó a Agnes en sus brazos, ni siquiera tuvo tiempo de revisar su estado, lo urgente era salir de ahí lo más pronto posible.

La salida fue más sencilla, no necesariamente por la disminución de obstáculos, sino por tener una preocupación menos en la cabeza. Ni se preocupó en revisar a Maurice cuando cruzaron la entrada. Corrió con ella en brazos en dirección noreste, como Armas había señalado, abandonando el bosque en el que las llamas, lejos de calmarse, parecían encenderse más.

Esquivando árboles caídos y paredes de fuego, logró llegar a un riachuelo donde dejó a Agnes en el borde junto a la mochila y se sumergió sin pensarlo dos veces con el fin de calmar el calor que sentía en la piel. Tras quitarse la ceniza del cuerpo y refrescar sus quemaduras, buscó en la mochila y encontró el kit médico. Tomó gasas y se dedicó a limpiar la ceniza de su piel y el cabello, mientras lo hacía observó cómo manchas moradas se le formaban en el cuello, así como reparó en su traje y la rasgadura en este: si no la mataba el incendio la iba a matar la radiación. Escaneó su cuerpo para vislumbrar qué tan mal estaba: partes de sus piernas, brazos y rostro estaban notablemente heridos por el fuego; sin embargo, la peor parte parecían ser sus piernas, que se desangraban además por la caída de la madera sobre ella. Por último, con mucho temor tomó su pulso, presente pero muy bajo y soltó un respiro. Sentía los músculos agarrotados y los ojos pesados.

Sacó rápidamente la máscara de oxígeno de la mochila y puso uno sobre el rostro de Agnes y otro sobre el suyo. Sabía de sobra que si se quedaba dormido con esa cantidad de monóxido en el cuerpo, nunca más despertaría. Tenía un impulso de tirarse al lado de Agnes y simplemente dejarse llevar, tomar un pequeño descanso, pero sacudió su cabeza y se repitió que tenía que cuidar de ella. Se dispuso a curar y vendar sus heridas. Sabía que había temas en los que tenía que pensar, pero no podía evitar que su mente estuviera empañada de cuidar del bienestar de Agnes.

Entre el fuego y la guerra ▪︎ T. ChalametDonde viven las historias. Descúbrelo ahora