XXVII. Equipo

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Abrí los ojos al sentir la luz atravesar mis párpados. La chica que tenía entre mis brazos al caer dormido ya no estaba. Me incorporé rápidamente, temiendo que alguien la hubiera secuestrado, pero me calmé al verla sentada en la entrada de la cueva, de espaldas hacia mí.

La temperatura se había elevado con el amanecer, aún así no era un clima tan caluroso, curioso ya que estábamos en un bosque ubicado en una de las zonas más calientes del continente.

—Buenos días— murmuré acercándome a ella. Se giró para verme y sonrió levemente.

Con ella nunca sabía en qué estado nos encontrábamos, peor aún tras nuestra conversación de ayer. Cada vez que nos acercábamos al tema, terminaba en una discusión, aunque eso no evitaba que siguiéramos acercándonos entre nosotros y esa cercanía solo generaba mayor cercanía. Para ser sincero, tampoco sabía qué era lo mejor para mí. Me la pasaba repitiendo que me dejara tomar mis decisiones y sentir lo que tuviese que sentir, pero ni yo sabía qué era eso.

—Hiciste un buen trabajo —señaló apuntando sus piernas vendadas—. Creo que hoy podría caminar sin problema.

—Déjame revisar antes —respondí recogiendo nuevas vendas de la mochila y acercándome a ella para cambiarlas.

Al intentar sacar las vendas antiguas, se quejó levemente, pues parte de la piel abierta se había pegado a la tela. Eché algo de agua sobre esta para suavizarla, aún así resultó ser doloroso para ella. Todavía tenía la herida abierta y por el tamaño, temía que requiriese unos puntos.

—No está tan bien como pensaba, eh —inquirió con humor. ¿Cómo era posible que habiendo estado tan cerca a la muerte y con heridas como esas aún bromeara sobre su estado?

—Agnes, no soy médico, pero creo que tendrías que reposar días por esto.

—No tenemos tanto tiempo —respondió frunciendo el ceño como si acabase de sugerirle que saltara por un risco sin protección.

—Puedes apoyarte en mi hombro—sugerí—. No es lo ideal, pero podemos parar y hay momentos donde puedo llevarte en mis espalda.

—Puedo intentar caminar.

—No. No te lo voy a permitir —dije firmemente.

—¿De dónde salió esa autoridad? —inquirió. Ni yo sabía de dónde había salido, ni cómo había terminado sintiéndome cómodo ignorando las órdenes de alguien superior a mí en rango.

—Agnes —dije entre dientes—, por favor, sabes que tengo razón en esto.

—No puedo contra ti, ¿no? —respondió con una sonrisa y extendió su mano para acariciar mi cabello.

Me sorprendió su gesto, parecía que hoy había decidido dejar de batallar contra mí. Cerré los ojos para disfrutar su tacto, después de todo, no sabía cuánto tiempo duraría su tregua, pero estaba dispuesto a vivirla al máximo posible.

—No tienes razón para estar contra mí —murmuré.

—Te daré el beneficio de la duda por hoy —respondió. Al abrir los ojos la vi sonriendo y mirándome tiernamente—. Ahora, preparémonos para partir.

Me puse de pie de inmediato para guardar las bolsas de dormir, el Ginger y el sensor en la mochila. Tomé la pomada y se la brindé para que se la pusiera sobre sus quemaduras mientras yo preparaba la mochila. Saqué dos bolsas de comida deshidratada para comerlas en el camino y puse el mapa y la brújula en mi bolsillo, con el fin de tenerlos en la mano para cualquier cosa.

—Me encargaré de la mochila —le comenté mientras la acomodaba a mis espaldas.

—Uhmm —lo pensó unos segundos, mientras se ponía de pie—, de acuerdo.

Entre el fuego y la guerra ▪︎ T. ChalametDonde viven las historias. Descúbrelo ahora