29|¿Derribando barreras?

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Se me heló la piel descubierta de la cara y de las manos cuando me bajé del auto, pero lo que me congeló la sangre fue ver la fachada del hospital.

Cerré los ojos y respiré hondo.

No tenía la certeza de que mi hermano fuera a estar bien, pero era un guerrero. Y no estaba solo. Gracias a él, mi familia y yo éramos un frente unido.

Me armé de valor para entrar en el hospital. El olor a antisépticos me revolvió el estómago y el silencio sepulcral y el tono blanco que cubría casi todos los rincones del lugar me provocaron escalofríos.

Lo peor era el silencio. No me gustaba.

Recordé alguna canción de rock alternativo mientras marcaba el número del tercer piso en el ascensor. Al pensar en la escena con la que me encontraría, la incertidumbre me recorrió como un líquido espeso y dañino.

Contuve la respiración al llegar. Mis abuelos estaban hablando con mi hermana y mi cuñado.

Jessica y Peter caminaron hacia mí y ella me dio un abrazo corto.

—Te ves cansado —dijo preocupada.

Y lo estaba. El cuerpo empezaba a pesarme y los ojos habían comenzado a escocerme de nuevo.

—Estoy bien —mentí, y Jessica y Peter me miraron descontentos.

Los acompañé hasta donde mis abuelos estaban sentados. Palmeé el hombro de mi abuelo y me senté al lado de mi abuela, quien me envolvió con el brazo y me acercó a ella.

Mi familia me contó que Ethan estaba siendo controlado cada cierto tiempo. Al día siguiente, temprano, le realizarían estudios de sangre y orina para controlarlos. Ni el nefrólogo ni el urólogo querían aventurarse a dar un diagnóstico, pero sus miradas estaban diciéndolo todo: Ethan no estaba bien.

Me pasé las manos por el cabello y suspiré.

—¿Mamá...? —no terminé la frase.

—Se quedó con Ethan —me informó mi abuelo—. Él ya comió.

—Pero ella no —supuse con un hilo de voz.

Mi familia negó con la cabeza.

Me incorporé y anuncié que iría a hablar con mi madre.

Tragué con pesadumbre antes de abrir la puerta de la habitación doscientos ocho. La madera crujió sobre el piso y sentí un fuerte tirón en la boca del estómago. Entré dando pasos cortos y encontré a mamá hecha un ovillo en la silla que estaba al lado de la cama. Ethan dormía.

Le besé la frente a mamá. Ella abrió los ojos —solo se había dormitado— y forzó una sonrisa. Le pasé los brazos por los hombros y contemplé a Ethan. Estaba hinchado y pálido, pero dormía en paz, como si fuera ajeno a lo que podría estar ocurriéndole.

—Tienes que comer, mamá —susurré.

—No tengo hambre —musitó.

Yo tampoco. Lo único que me apetecía hacer era dormir.

—Acepta tomar un té, al menos —insistí—. Jess o Peter se quedarán con él.

Lo pensó por unos segundos y por fin asintió. Besamos la frente de Ethan y lo arropamos bien.

Pasé el brazo alrededor de mi madre y cerré la puerta con la mano libre. Mis abuelos, Jessica y Peter suspiraron aliviados al vernos salir.

Peter se ofreció a quedarse con Ethan.

Jessica agarró las llaves de su auto y anunció que llevaría a nuestros abuelos a su casa. Luego se quedaría con mi sobrina.

Mamá y yo nos despedimos de ellos y nos dirigimos a la cafetería que estaba enfrente del hospital. Mamá se llenó los pulmones de aire nuevo.

¿Una estrella que no se apaga? (Lost Souls #1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora