58|Orgullo

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Casi podía sentir la tensión que emanaba del cuerpo de Lizzy mientras caminábamos hasta el escenario. Sus pasos eran cortos, como si estuviera queriendo alargar el camino. No la apuré.

Subí al escenario y la esperé. Retuvo el aire, hasta que se instó a hacer lo mismo. Las piernas le temblaban. Me forcé a no hacer una mueca y la guie hasta el piano de cola marrón. Lizzy se sentó lentamente y agarré sus bastones, luego los apoyé en el banquillo.

Las emociones me burbujearon en el pecho, sobre todo la expectativa. Coloqué una mano en el hombro de Lizzy y le guiñé un ojo. Aspiró, ansiosa, y me obsequió una sonrisa inestable.

De reojo, atisbé unas miradas conocidas. Me di media vuelta y bajé del escenario. Nuestros amigos me estaban diciendo en silencio que tenía que dejar que Lizzy se enfrentara sola a esto. Di zancadas hasta el sofá y Emma palmeó el espacio disponible a su lado. Le agradecí con una sonrisa pequeña y me senté.

Saqué el celular de mi chaqueta y me quedé mirando la pantalla, después de desbloquearla. Luego, subí la mirada: Lizzy estaba observando el piano. Después, estudió casa rincón del escenario, perpleja y nostálgica. Por eso no lo pensé, empecé a grabar.

Se frotó las manos sobre el pantalón y la convicción fulguró en sus ojos. En mí bulló el orgullo. Sonreí detrás del celular.

Abby y Emma me vieron de reojo, disimuladas. Abby escondió mejor su sonrisa que Emma.

Todos en nuestra mesa observamos a Lizzy, atentos. De repente, los ojos de Abby y Emma se cargaron de lágrimas y tuvieron que respirar hondo. Me hubiera gustado saber qué estaban recordando, pero me alegró que hubieran estado siempre con Lizzy. Yo la conocía hacía dos meses, pero el orgullo no me cabía en el pecho.

El corazón me latió más fuerte cuando Lizzy miró al público. Pareció caer en la realidad al recibir aplausos y sonrió; fue un gesto sincero y feliz que me calentó el pecho. Aunque pronto se esfumó. Giró la cabeza hacia la izquierda y susurró algo. Le costó tragar y la pena le oscureció la mirada.

Apretó los labios, y deseé saber en qué pensó antes de posar los dedos en las teclas del piano. Enderezó la espalda, relajó los hombros, visualizó las partituras y, de pronto, las melodías comenzaron a retumbar en el lugar y a embellecerlo.

Abby, Emma y yo reprimimos sonidos de sorpresa. El resto de los chicos empezaron a vitorear a Lizzy, ajenos a lo que ella había estado atravesando antes de plantarse en ese escenario.

Bueno, Chase no. Él también parecía tener una idea de lo que le estaba pasando a Lizzy.

Los dedos de Lizzy presionaron las teclas y se desplazaron sobre ellas cada vez con más soltura. Sus facciones empezaron a relajarse, pero por un momento también se sorprendió, como si hubiera reparado en que estaba tocando de maravilla y su pierna izquierda temblaba poco.

Abby y Emma sonrieron emocionadas. Mi sonrisa fue más pequeña, pero mi corazón latió extasiado. Lizzy estaba en un mundo alterno, en ese en el que se permitía amar la música y no temer ni sentir culpa por haber tomado malas decisiones.

Lizzy volvió a ver hacia la izquierda, dejó de tocar y se quedó mirando las teclas del piano, estática.

Detuve el video, dejé el celular sobre la mesa y me uní al caluroso aplauso de todos los presentes. Nuestros amigos la ovacionaron de pie.

Lizzy cerró los ojos y lució agotada pero tranquila.

Me levanté de golpe, como si mis pies hubieran tomado vida propia. Corrí hasta el escenario, y cuando me percaté de que Lizzy se estaba poniendo los bastones para levantarse, el pulso se me aceleró. Se levantó con el cuerpo tembloroso y conectamos miradas. Mis labios dibujaron una gran sonrisa; los de ella, también. Se apresuró a caminar hasta mí y la estreché entre mis brazos. Ella dio un respingo, pero no demoró en relajarse, y me pasó un brazo por la cintura como pudo. Besé la cima de su cabeza y, de repente, una oleada de emociones me movió a su antojo.

Lo recordé todo: el día que nos conocimos y ella defendió el piano y demostró su amor por la música, pero también su contradicción; cuánto le costaron las pruebas de visualización por sus dolores físicos, los malos recuerdos que la distraían y sus inseguridades...

El corazón me bombeó agitado y la abracé más fuerte, como si quisiera asegurarme de que sus piezas no volverían a salirse de su lugar. Porque sí, en ese momento parecía como si tuviera a una Lizzy entera.

Reviví también el orgullo que sentía cada vez que ella progresaba y cómo sentía su misma frustración cuando tropezaba.

Cerré los ojos y mi corazón se saltó un latido al pensar que... la quería. Que había estado cambiando mi vida y que ansiaba verla siempre así, segura de sí misma y de su talento.

—¡Sabía que podrías! —le hablé al oído—. ¡Lo hiciste genial, todos quedaron encantados con tu presentación! ¿Cómo te sientes?

—Sin palabras —admitió entre risas—. Gracias.

Abrí los párpados. Me separé unos milímetros y contemplé su radiante sonrisa. Le acuné el rostro con las manos y yo también sonreí.

—¿Por qué?

—Por todo —su voz se entrecortó—. Desde el primer momento me apoyaste, y...

Atrapé un mechón de su cabello con la mano y lo acomodé detrás de su oreja.

Me habría encantado ponerles nombres a las emociones que me embargaron. Solo era consciente del incendio en mi interior al advertir la felicidad en su rostro.

—No hay nada que agradecer. Solo te incentivé a hacerlo. Tú decidiste superar tus miedos. Esa era una decisión que solo tú podías tomar.

De repente, varias personas se apegaron a nuestro abrazo. Abrí los ojos por la sorpresa y Lizzy ahogó un quejido. Estaban asfixiándonos.

—¡Nosotros también queremos felicitarla, Gallagher! —protestó Tyler.

Puse los ojos en blanco y Lizzy y yo reímos entre dientes.

La alegría era casi palpable en el ambiente. Estábamos felices. Esa noche nos habían ocurrido muchas cosas buenas.


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¿Una estrella que no se apaga? (Lost Souls #1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora