63|Estrella Polar

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Nos tomamos nuestro tiempo para ingerir lo que habíamos ordenado, aunque no dejé de revisar mi celular por si me llegaba alguna llamada o un mensaje. Cuando terminamos, Lizzy sacó dinero de su mochila, me lo entregó y me miró con tanta determinación que terminé agarrándolo. Pagué nuestras consumiciones y también los tres tipos diferentes de té que pedí para mi mamá y mis abuelos. Un empleado metió todo en bolsas.

El pesar y la incertidumbre me apretujaban el pecho cuando me dije que ya era momento de regresar al hospital, y caminé hacia Lizzy. Ella se colocó su mochila y emprendimos el rumbo.

La mano con la que sostenía las bolsas con los vasos de té me tembló. Las apreté y me armé de valor para caminar hacia mi familia. El alma se me salió del cuerpo al reparar en sus rostros abatidos y atormentados, sobre todo el de mamá. Estaba cada vez más cansada.

Desde que era niño la había visto batallar con un sinfín de problemas: el maltrato de Ewan, tener que sacarnos adelante, el mielomeningocele de Ethan y sus posteriores problemas renales... Mamá había juntado sus piezas a la fuerza, pero muchas estaban comenzando a desmoronarse.

Las lágrimas me quemaron detrás de los ojos y me costó tragar. Respiré con dificultad y me acerqué a mi familia. Alzaron las cabezas apenas me vieron y no sé de dónde saqué fuerzas para sonreírles de costado, tranquilizador. Les entregué sus tés y abracé a mamá. Un nudo me apretó la garganta, pero le susurré:

—Eres la mujer más fuerte y valiente que conozco. Está bien si hoy te desmoronas, pero saldrás adelante como siempre.

A mamá se le escapó un sollozo y me apretó contra ella.

Cerré los ojos. Entendía lo que estaba sintiendo; a mí también me estaba perturbando la incertidumbre y sentía hartazgo físico y mental.

—Ya no sé cómo mostrarme fuerte delante de él.

—Yo tampoco —me sinceré—, pero podremos. Siempre lo hemos hecho.

Mamá se alejó unos centímetros. Una punzada me atravesó el corazón al detectar la irritación en sus ojos verdes y las lágrimas en sus mejillas cada vez más delgadas. Me acunó el rostro con las manos y me observó con amor.

—Eres mi estrellita.

Una lágrima rebelde me rodó por la mejilla. Me apresuré a quitármela, pero salió otra, y me costó seguir manteniendo esa fachada fuerte que siempre pretendía tener.

Desvié la mirada y empujé, en vano, la opresión en mi garganta.

Se cree que la estrella Polar, o Alfa Ursae Minoris, es la primera estrella de la constelación de la Osa Menor; aunque, en realidad, es un sistema estelar de tres estrellas. Como sea. Siempre ha sido una de las estrellas más importantes para los navegantes porque se encuentra en la línea del eje de rotación de la Tierra, de forma que todo el tiempo está en el norte, como un faro natural. Y desde niño mamá me decía que estaba para ella como esa estrella.

Mamá me besó la frente.

Jessica se acercó a nosotros y nos envolvió con sus brazos.

●●●

Otra angustiante hora transcurrió sin que tuviéramos novedades de Ethan. Ni el urólogo ni el nefrólogo aparecieron para decirnos en qué había quedado la donación cruzada de órganos ni qué resultados habían arrojado los estudios que le habían realizado.

Al principio todos habíamos intentado mantener la calma, más que nada para tranquilizar a mi madre, pero ahora estábamos inquietos.

Lizzy y los chicos se mantuvieron al margen. Se acercaron de tanto en tanto a hablar con nosotros y levantarnos el ánimo, pero Lizzy... Aunque pretendía verse impasible, estaba angustiada. Cuando nuestros ojos se encontraban, bajaba las cejas como si le doliera lo mismo que a mí, y jugaba con el dije de ancla en su cuello.

Jessica llevó a mamá afuera y me senté al lado de Lizzy. Busqué su mano y la entrelacé con la mía. Estaba cansado, angustiado, enervado, pero seguiría manteniéndome tan fuerte como me fuera posible, y no soportaba verla preocupada por mí. Le pasé la otra mano por los hombros y la atraje a mí. Apoyó la cabeza en mi pecho y nos quedamos así hasta que me pareció que se le entumecieron las piernas y le dolió la cadera.

De repente, mi corazón se saltó un latido. Me levanté de la silla, de sopetón, al ver el movimiento al principio del corredor, y grité el nombre de mi hermano. Las paredes de mi pecho comprimieron a mi corazón descontrolado. Corrí hacia Ethan, pero un enfermero me detuvo y nos pidió a mi familia y a mí que siguiéramos teniendo paciencia, mientras un grupo de enfermeras arrastraban la camilla donde Ethan iba tendido.

—¡Ethan, hijo! —sollozó mamá.

—¡Es mi hermano! ¡Necesito verlo! —Alterné la mirada entre el enorme enfermero delante de mí y la camilla donde Ethan descansaba.

—Necesitamos que mantengan la calma —el hombre intentó suavizar la voz, pero siguió hablando con autoridad—. El paciente ha sido sometido a una serie de estudios y se encuentra débil. Sus doctores aparecerán en unos minutos para informarles sobre su estado de salud y cómo deberemos proceder. El niño está bien. Cansado, pero bien.

Un ápice de alivio quiso adormecer mi inquietud, pero ella era más poderosa. Abracé mi propio cuerpo y las piernas me temblaron. Temí que me fallaran.

—Por favor, siéntense mientras esperan a los doctores —pidió el enfermero—. Están terminando de chequear los estudios del paciente. Nosotros, por el momento, ingresaremos al niño en su habitación.

Mi familia asintió a regañadientes. Yo apreté los labios y los puños a los costados de mi cuerpo antes de acompañar a mi madre hasta una silla.

El enfermero reapareció con el grupo aglomerado en torno a Ethan y metieron la camilla en el cuarto. El corazón se me encogió y contraje el rostro, angustiado.

Un silencio lúgubre reinó en la sala de espera y me robó el aire. Apoyé las manos en la pared y cerré los párpados mientras me concentraba en ralentizar mi respiración.

Minutos después, escuché pasos. Me giré de inmediato y mi familia y mis amigos se levantaron.

Le extendí el brazo a mamá para que lo usara de soporte y caminamos, ansiosos, hasta los doctores de Ethan.

—¿C-cómo está mi hijo? —murmuró mamá.

Cada palabra de los doctores se robó una porción de la esperanza que había intentado tener y la desesperación fluyó en mis venas como si fuera ponzoña. Cuando la enfermera fue a chequear cómo estaba, se encontró con que la presión arterial de Ethan se había elevado más de lo que lo había estado en las últimas semanas. De inmediato le realizaron una serie de estudios. La extracción de sangre indicaba que sus valores de potasio, fósforo y calcio eran anormales.

Los médicos se miraron indecisos. El doctor Jacobson soltó el aire y nos explicó que uno de los donadores definitivamente se rehusaba a formar parte de la donación cruzada; que no era la primera vez que alguien dudaba en hacerlo, pero ahora parecía no haber vuelta atrás. Sugirieron que Ethan siguiera en la lista de espera o que buscáramos un donante. Nos dijeron que debatiríamos los pros y contras de la segunda alternativa si nos decidíamos por eso, cuando estuviéramos más calmados.

Le donaría el mío. No sabía cómo lo haría, pero se lo daría.

Mi abuelo pidió pasar a ver a Ethan. Los doctores alegaron que debía descansar tras haber sido expuesto a tantos exámenes, pero al final cedieron, con la condición de que fuera una visita rápida y que hablara poco, y se despidieron de nosotros.

Jessica se ofreció a acompañar a mamá.

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¿Una estrella que no se apaga? (Lost Souls #1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora