10 de septiembre de 2015.
El suelo bajo mis pies estaba tan frío como el aire a mi alrededor. Me froté los brazos y contemplé lo que parecía ser un bosque en plena noche.
De repente, oí pasos entre la maleza. Miré hacia todos lados y agucé el oído, pero no pude identificar de dónde provenía el sonido.
Entonces, oí esa voz, la de Ewan. ¡Me pareció tan cercana, pero tan lejana a la vez! No lo veía. Solo... solo logré verme a mí, de niño, a unos metros. Ewan estaba diciéndome que era un inútil, que nunca llegaría a nada en la vida y que era y sería siempre un fruto podrido como él.
Los ojos de mi versión pequeña se llenaron de lágrimas, le temblaron los labios y agachó la cabeza. Ewan me odiaba. Varias veces me había culpado de haberle arruinado la vida a él y a mamá.
La ira me corroyó y apreté los dientes. Intenté acercarme al Will niño, llevarlo lejos y decirle que no le creyera, pero... no lo conseguí, porque la tierra tembló debajo de mí, y escuché las voces perturbadoras de los tipos que nos atacaron a mi familia y a mí el 10 de septiembre de 2004. Temblé y el corazón se me subió a la garganta.
El Will niño estaba aterrado. Y yo... yo sabía lo que se le avecinaba, así que intenté correr hacia él. Tenía que llevarlo a un lugar mejor.
Cuando di el primer paso, oí un ruido en la tierra. Bajé la mirada, alarmado, y vi una rajadura debajo de mis pies. La tierra volvió a temblar y los insultos y los gritos se volvieron más fuertes y viles.
Tenía que sacar de ahí a mi versión pequeña.
Respiré hondo y me armé de valor para correr pero, a medida que lo hacía, la tierra se resquebrajaba.
La oscuridad y el viento gélido me parecieron anormales. No veía nada y el cuerpo se me estaba entumeciendo, pero no podía dejar de correr desesperado.
De repente, la tierra se abrió a unos centímetros de mí. Miré la enorme rajadura y luego al Will niño, a unos metros. Podría llegar a él, solo tenía que buscar otro camino.
La tierra se fue rompiendo aún más.
Sentí un fuerte agarre a mi alrededor y dos voces tranquilizadoras y conocidas, pero no quise abrir los ojos.
Tal vez no eran mis abuelos. Quizás todo era parte de esa pesadilla de la que no podía salir, pero conocía el desenlace: caería al vacío y sentiría un dolor tremendo.
Sentí la presencia del abuelo Anthony detrás de mí. No sé cómo se las apañó para ponerme los brazos sobre el pecho y me sujetó el torso.
De a poco sentí el aroma de mi abuela y cómo el colchón se hundía a mi lado.
Respiré agitado y apreté los ojos. Temblé debajo de los cuerpos de mis abuelos y luché para recobrar el aire, pero no lo logré. Me ardían los pulmones y la garganta.
—Estás bien, mi niño —repitió mi abuela.
Las lágrimas me quemaron en los ojos y me corroyó la desesperación. Nunca llegaba a salvar a mi versión pequeña. Muchas veces me había preguntado cómo lo haría si alguna vez lo conseguía, pero nunca obtenía respuesta. No estaba seguro de que alguna vez lo podría ayudar.
«Pero no eres un inútil y no le arruinaste la vida a tu madre», me dijo mi lado racional.
Abrí los ojos con lentitud y contemplé a mi alrededor. Estaba en la cama de la habitación de la casa de mis abuelos, y ellos estaban conmigo.
Intenté relajarme y, cuando mi abuelo se separó de mí, me llevé las manos a la cara. Él me frotó la espalda y mi abuela se ofreció a prepararme un té. Abandonó el cuarto antes de que pudiera decirle que no era necesario que lo hiciera.
Me escocía el pecho, y mi abuelo lo sabía, por eso me indicó cómo debía respirar. Lo seguí, aunque conocía los pasos. Cuando me animé a sacarme las manos de la cara, me centré en los ojos verdes de mi abuelo. Nunca habían sido duros y fríos como los de Ewan, siempre había visto amor en ellos.
Se me produjo un nudo en la garganta que me costó disipar tragando.
Mi abuela me entregó el té y me calenté las manos con la taza.
Soplé la infusión y me quedé mirándola. Mis abuelos no me quitaron la vista de encima. Aunque intentaron mantenerse al margen, noté la preocupación y la tensión en sus rostros. En los ojos de mi abuela hallé una pena profunda y en los de mi abuelo..., ira y desesperación porque, a pesar de nuestros esfuerzos, aún tenía piezas rotas que no sabía cómo reparar.
Y yo no era tonto, sabía que los sueños reflejan algo del inconsciente.
Quería repararme a mí mismo, pero nunca lo había hecho del todo. Me había acostumbrado a andar por la vida con esas cicatrices en el alma que amenazaban con volver a abrirse.
A lo largo de los años, mis abuelos me habían dicho de mil formas distintas que no era ni sería nada de lo que Ewan había pronosticado y que no le había arruinado la vida a mi mamá. Y ella solía decirme que era su estrella Polar, como la de los navegantes, porque brillaba y guiaba sus pasos. Pero sentía que era una estrella a la que le costaba no apagarse.
Sorbí el té con lentitud. Las manos y la mandíbula me temblaron, y luché para no ver el mapamundi de madera con fotos que estaba encima de mi cama.
Solo voy a decir que los abuelos de Will se merecen todo lo bueno del mundo por estar siempre con él.
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¿Una estrella que no se apaga? (Lost Souls #1)
RomanceWill Gallagher ama la música. Se ha convertido en su refugio después de que un accidente le dejara cicatrices en el alma difíciles de sanar. Ahora una noticia desgarradora amenaza con desbaratar sus sueños y poner en riesgo sus ambiciones. Pero una...