34|Solo los mejores guerreros tienen las peores batallas

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El frío otoñal me heló la piel descubierta de la cara y de las manos, pero no me importó.

Los latidos de mi corazón estaban descontrolados y me dolía el pecho. Me crucé de brazos y contemplé la fachada del hospital, enervado e impotente.

Me senté en una banca, subí las rodillas en ella, me coloqué los auriculares y la música comenzó a tapar el ruido en mi mente.

Agarré mi mochila, saqué mi cuaderno y garabateé unas notas en una hoja pentagramada. Sabía que había demasiadas palabras revoloteando en mi cabeza y que no lograría escribir nada coherente.

Cuando ya no supe qué notas agregar, me senté correctamente, guardé el cuaderno en mi mochila y vi a la gente y a los autos que pasaban por la calle. Muchos lo hacían con la tranquilidad que anhelaba sentir.

De repente, me percaté de una presencia a mi lado. Nuevas emociones me recorrieron el pecho; una extraña mezcla de hermetismo y confianza. Lizzy era una de las pocas personas que podía darme ese rayo de esperanza que necesitaba; pero una parte de mí, la que estaba cegada por el enojo, no estaba segura de que entendiera la situación y ya no quería oír que todo estaría bien, porque Ethan no lo estaba. Por eso la ignoré. Aunque su perfume me estaba inundando los sentidos y no podía ignorar que mi cuerpo estaba acostumbrándose a estar cerca del suyo.

Estaba acostumbrándome a ella, en realidad. A su voz, a sus gestos, a su fortaleza y a sus debilidades. A sus silencios y a la pasión con la que a veces hablaba de lo que le gustaba.

Y en ese momento no quería que la oscuridad que me estaba envolviendo la alcanzara.

Lizzy suspiró.

—Está bien. —Los vellos se me erizaron al oírla—. Si no quieres hablar, me quedaré en silencio. Pero no pretendas que no esté aquí contigo, porque no me iré.

No quería decirle nada de lo que luego me arrepentiría. No quería desplazar mi rabia hacia ella.

—Lizzy, vete, por favor —mascullé—. Necesito estar solo.

Colocó las manos a los lados de su cuerpo y las apretó sobre la banca.

—No lo voy a hacer. —Hizo una pausa entre cada palabra—. Sé que harías lo mismo por mí. ¿No quieres hablar? No lo hagas, pero no puedes obligarme a dejarte solo.

Apreté los dientes cuando sentí sus palabras como un abrazo. No era necesario que me abrazara o que dijera nada para demostrarme que quería apoyarme.

Tragué saliva e intenté contar la cantidad de autos, motos y bicicletas que pasaban por la calle, como si así pudiese olvidarme de la presencia de Lizzy. Pero no era fácil de ignorar. De algún modo sentía que me atravesaba el alma cada vez que me veía de reojo.

En algún momento cerró los párpados y lucía tranquila. Sus cabellos color chocolate estaban ondeando por el viento y su nariz y sus mejillas estaban adquiriendo un tono rosado.

Abrió los ojos y me observó con tanta tranquilidad como pudo.

—Yo... n-no lo entiendo —pensé en voz alta.

—¿Qué no entiendes, chico emo?

«Qué ves en mí como para quedarte a mi lado».

—A ti. ¿Por qué eres tan obstinada? —traté de que mi voz sonara molesta, pero solo rayó la desesperación.

—Porque cuando te cierras a las personas que tienes a tu alrededor —murmuró con voz suave pero segura—, las pierdes en mayor o menor medida. Lo sé porque fui igual, y lucho por cambiarlo. Y me hiciste una promesa. No te cierres y alejes a quien intenta escucharte.

¿Una estrella que no se apaga? (Lost Souls #1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora