30|Decisiones

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10 de octubre de 2015.

Me despertó el movimiento del picaporte. Me incorporé con aire perezoso y me froté los ojos. Demoraron en acostumbrarse a la luz que entraba por la ventana.

A mamá le costó menos despertarse que a mí. Tal vez ya estaba despierta hacía rato, pero tenía los ojos cerrados mientras su cabeza elucubraba en un sinfín de temas que intenté ignorar momentáneamente. Necesitaba tener energías para concentrarme en lo que nos fueran a avisar ese día.

Una enfermera nos sonrió amable y le trajo el desayuno a Ethan, quien recién estaba despertando. Hizo un mohín al ver los alimentos sobre la bandeja, pero le agradeció a la enfermera, y nos saludó a mamá y a mí con una sonrisa que le iluminó el semblante.

La mujer le avisó a Ethan que a las diez lo llevaría a hacerse unos estudios. De reojo vi cómo mamá se abrazaba a sí misma y aplanaba los labios, y tragué duro cuando Ethan asintió con esa entereza que hacía que mi familia y yo tuviésemos fuerzas para seguir adelante.

Me froté el cuello y los hombros doloridos por haber dormido en una posición incómoda y el estómago me rugió al ver a Ethan desayunando. Le avisé a mamá que iría a comprarnos el desayuno.

Se me cayó una enorme carga de encima al abandonar la habitación, y me apresuré a salir del hospital. Corrí hasta la cafetería e hice fila para ordenar un café para mí y un té para mamá; también pedí un sándwich de pan blanco y dos rodajas de bizcocho de chocolate. Agarré las bolsas con los pedidos e intenté prepararme mentalmente para afrontar lo que fuese que los médicos de Ethan fueran a decirnos.

El olor a antisépticos me dio una horrenda bienvenida. Reprimí una mueca de asco y traje a mi mente alguna canción antes de que el silencio sepulcral del hospital me pusiera los vellos de punta.

Regresé a la habitación. Ethan estaba sacándole temas de conversación a mamá con tal naturalidad que me trajo de vuelta al niño con el que había estado, días atrás. No lo había visto bien del todo, pero no estaba tan desmejorado como ahora.

Le entregué a mamá el té y el bizcocho y ella me agradeció con una sonrisa forzada. Me senté en la otra silla, al lado de la cama, y sorbí mi café.

Ethan ya estaba terminando de desayunar.

—Mamá me contó que conoces a una chica como yo.

La miré por debajo de mis pestañas. Ella me sostuvo la mirada con una falsa inocencia. Sabía que lo había hecho para que permitiera que Lizzy lo visitara.

—¿Como tú? —Levanté una ceja, acusador—. Casi pude oírte diciendo que eres un fenómeno, y no lo eres, enano.

Él agachó la cabeza.

—Que tiene mielomeningocele —se corrigió.

Así estaba mejor.

Saqué el sándwich de la bolsa y le di un bocado.

—Sí, y toca el piano —le conté.

Los ojos azules con verde de Ethan resplandecieron.

—¿Me dejas conocerla? ¡Por favor! —alargó la «o» y entrelazó las manos en una súplica que me hizo reír.

Extendí la mano hacia Ethan.

—Solo si prometes que no harás renegar ni a mamá ni a los médicos.

—Bien. —Ethan me dio un apretón de manos y sonrió de oreja a oreja.

Corrí la mirada hasta mis pies y contuve una sonrisa.

¿Una estrella que no se apaga? (Lost Souls #1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora